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IDEAS CRUZADAS
Horacio DestaillatsÂ
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En cierta ocasión conocí a alguien como para la sección
"Mi personaje inolvidable" del Readers Digest. Me acordé de él
leyendo el capítulo "Después de Hiroshima"Â del libro de Arthur
Koestles "En busca de lo absoluto".
Era un ingeniero que conocí en Francia en 1965 , cuando
trabajaba en el Commisariat a l'Énergie Atomique . Allí
me habían destinado a una sección de desarrollo de elementos combustibles y
Antoine Bardeux dirigía una sección de ese grupo.
Simpatizamos de entrada , era un tipo interesado por la
gente, siempre dispuesto a ayudar, tenía una vocación en ese sentido que
cuando lo conocí bien entendí de donde le venía.
Poco a poco me fui dando cuenta de que al "Gordo"
no todos lo querían. Era envidiado, menospreciado por algunos y reconocido pero
mantenido a distancia por otros. De él, lo menos que se decía era que estaba
loco.
Finalmente me enteré de la verdad: Antoine era sacerdote
católico. Tenía una profunda fe y aunque no usaba hábito, actuaba siempre en
consecuencia. Daba misa en una capilla de Saclay para un grupo de seguidores y
había inventado una especie de misa abreviada – de unos diez minutos –
eliminando lo que consideraba "conneries"del rito oficial. Una vez
concurrí a la misma, tanto como para no hacerle un desaire. Se reía y decía
que yo ponía cara de hereje, tenía un gran sentido del humor.
Antoine vivía en ese pequeño pueblo con su mujer y un
hijo de cinco años .
En los laboratorios del CEA estaba muy marcado por los
directivos porque era miembro del entonces muy activo "Consejo por la
Paz" con sede en Suecia del que se decía ( y era bastante cierto) que
estaba manejado por los comunistas. El era un tercermundista acérrimo.
Antoine trabajaba allí desde mucho tiempo atrás, prácticamente
desde el fin de la guerra. Tenía un título superior en física y su
especialidad era sorprendente, en especial para alguien del Consejo por la Paz.:
era una autoridad en elementos plutonígenos, destinados a preparar Plutonio
para uso bélico. Para esa época, estaba radiado de todo contacto con los
militares, que sin embargo de alguna manera seguían haciendo uso de su trabajo
y conocimientos, cosa que a él le causaba mucha gracia. Ni siquiera le permitían
ingresar a los reactores que se habían construído con su colaboración...

Sept.11th, autora:
Ellen Fog,
Oleo sobre lienzo
2001 |
La incompleta descripción de su
personalidad que acabo de esbozar me vino a la memoria al leer el
aterrador capítulo de Koestler que menciono al principio. Porque más o
menos coetáneamente, Bardeux sostenía algo muy parecido. Decía que
por primera vez, el hombre cuenta con una herramienta adecuada a su espíritu
destructor . Muchas veces se afirmó lo mismo; cuando se inventó la
ballesta, el Papa – alarmado – dijo que ese artefacto terminaría
con la Humanidad. Después vino la pólvora, el TNT, los gases tóxicos,
la guerra bacteriológica y tantos otros progresos en el arte de
masacrar al prójimo. Pero como bien lo dice Koestler, ahora va en
serio. Antoine aseguraba exactamente lo mismo, y sostenía que lo más
grave era que no había conciencia cuantitativa del problema. Que
si hubiera una manera de medir la idea que la gente tiene de la amenaza,
el resultado sería sorprendente: hay apenas una pobre y borrosa imagen
de la realidad. |
Koestler afirma en su libro: que el 90 % de la población
mundial no tiene idea de cómo sería una hecatombe nuclear y por eso no se
preocupa mucho. Yo creo que con esa cifra se quedó corto y que por otra parte
existe una postura de "no querer saber".
Pero entre ambos hay una diferencia en cuanto al "que
hacer" Koestler dice que lo único que queda es actuar como si no pasara
nada a sabiendas de que cuando se difunda la tecnología nuclear entre países o
grupos de acción incontrolables (dichos de la década del ’70) es altamente
probable que se la utilice, un fatalismo que llevó a él mismo a suicidarse.
Mientras tanto, es mejor pensar en otra cosa, como hacen esas Instituciones cuya
mayor preocupación es evitar la extinción de los osos Panda.
En vez, la posición del gordo Bardeux, tan positivo,
divertido e inteligente, con convicciones sociales y místicas firmes, con
conocimientos técnicos vastos y en una posición y actividad directamente
ligada al tema, era – según su propia comparación – "como la de un
ajedrecista que sacrifica una torre para así ganar posiciones" ( SIC)
Él sostenía que la única solución para evitar un
desastre atómico total era desencadenar una guerra nuclear limitada. Y
aunque la idea parezca absurda, tenía su lógica.
Donde está la lógica de tan aparentemente descabellada
"solución"? En que con una guerra en la que se logre evitar la
generalización incontrolada y se reduzca la acción al intercambio de unos
cuantos bombazos, se lograría crear la conciencia faltante de la dimensión de
un hecho aún peor que se podría producir. El costo de 50 o 100 millones de
muertos no parece demasiado si se lo mide contra la alternativa de la desaparición
de la raza humana. Además, Antoine creía que la cosa tendría un aspecto
positivo, los sobrevivientes se plantearían la posibilidad de modificar la
perversa estructura social mundial que llevó a tal situación.
No voy a plantear aquí la polémica. Me pregunto si los
vientos de guerra que soplan hoy no están de alguna manera relacionados con la
escalofriante propuesta del ajedrecista. La acción terrorista ha puesto sobre
el tapete un replanteo incipiente del tema que hay que mirar con frialdad; cinco
mil muertos no es gran cosa para una guerra. Si esto continúa, van a ser muchos
más y los administradores de las armas nucleares se están frotando las manos.
Además ya se escuchan voces que analizan los motivos profundos que gestaron
este hecho trágico. Será que llegó la hora para las predicciones de Bardeux?    Â
21 de Setiembre de 2001
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