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Como un regalo celestial que Dios nos hizo, sublime majestad sobre mi suelo
argentino.
Como un arco iris de ilusiones, que posó sus pies en Fiorito.
Y nos entregó un duende de sólo quince años que logró generar emociones, haciéndonos sentir las propias palpitaciones de nuestros vibrantes
corazones.
Un mago de galera y bastón, cebollita o bichito de Juan Agustín García y Boyacá, mentor de hazañas, promotor de alegrías.
Emperador del Imperio pasión, con los colores de mi corazón y con los otros; los que
odio.Â
Signo acuñado en la moneda de los próceres, esgrimiendo la efigie de los
invencibles.
Barrilete cósmico, apareciendo para vencer la sed colonial y demostrarle al
mundo, que Dios es Argentino. Y como es supremo y está en todas partes, llevó su magia por el
mundo, haciendo brillar a ricos catalanes y pobres napolitanos.
Rey de reyes, supremo del balón, primero entre los mejores y nuestro, simplemente
nuestro. De su pueblo que le dedicó un ¡te quiero Diego!, tan grande como el corazón de quien lo
canta.
Ilusionario de la vida, nos llenó de magia, nos colocó entre los mejores y nos regaló su vida para alegrar a un pueblo carente alegría.
Pelusa, un duende lleno de emociones.
Diego, y la natural experiencia de saber que Dios, ¡Dios es Argentino!.
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