VIDA DE PERROS Mariano Montedonico La lluvia golpea mi cara, el viento me cala los huesos, y para colmo…, tengo hambre. Nada peor en la vida que amanecer empapado y con el estómago vacío. Quizás en la panadería regalen algo. Ayer tuve suerte, recibí una flauta tan larga como mi médula espinal; en cambio a veces, me conformo con las pocas migas que se escapan de los canastos. Una factura con dulce sería celestial…, pero hoy no es mi día. Sigo a la deriva, arrastrado por la marea humana con mi cuerpo flaco y mojado que atrae la mirada de más de un caminante. De repente, siento vergüenza. Ese hombre de la Iglesia cubierto en harapos, a veces nos da algo, pero hay que llegar temprano, antes de que se termine lo poco que a él le han dado; todo tiene su precio. Los ojos de un gato salen corriendo cuando me paro a mirarlo; los autos aceleran y aplastan mi sombra, como si se tratara de un juego. Para colmo, odio estas baldosas que salpican. Ahora la ciudad se mueve lenta y por suerte deja de llover; los rayos de sol se asoman perezosos entre las densas nubes; algunos sacuden sus paraguas y vuelven a mojarme, yo les muestro mi peor cara, pero ni se inmutan; debería practicar otra mejor. Camino apurado y las vidrieras de los negocios dibujan con dificultad mi escuálida figura. Me miro de reojo y pienso: – ése soy yo?-. Sí, lamentablemente… Quizás me siente en el banco de una plaza, a esperar que el cielo se abra y me muestre su color; ó a mirar como el tibio sol pega de refilón sobre los árboles. Quizás me acueste sobre el pasto húmedo a observar la eterna carrera de las nubes.  No
sé que será de este día, pero cualquier cosa que haga, será mejor que seguir
oyendo esta desafinada orquesta en mi estómago reclamando que termine mi
“huelga de hambre”. Quisiera correr libre por las calles y sentir el viento en mi cara, perseguir ruedas de motocicletas, morder zapatos que patean, tomar agua de los charcos luego de una lluvia, adueñarme de los mejores árboles, buscar manos amigables que acaricien mi cabeza, otear el horizonte y deleitarme con sus aromas, dormir siestas interminables bajo la frescura de una sombra. O ser simplemente… un hombre, de ésos que me esquivan indiferentes, con su desayuno caliente en el estómago, creyendo que viven una “vida de perros". |
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