TARDE GRIS Eduardo J. Quintana
Mirando
el gran ventanal, ese que da al florido patio interior
que nos alberga en los d�as soleados de verano, veo el cielo gris plomizo que
preanuncia una pr�xima lluvia. Los canarios que jugueteaban en el gran jaul�n que adorna el patio; comienzan con el silencio, presagio de un pronto aguacero. Las ramas de los altos rosales comienzan con el ir y venir que provoca la brisa cada vez m�s intensa y fresca. Una tarde gris, una nueva tarde gris admirada desde el interior de la habitaci�n, con pensamientos de romanticismo. El mullido sill�n ser� el anfitri�n del amor, ese que nace un d�a en quien sabe que lugar, pero se desarrolla en momentos claves de la vida cotidiana. Y una tarde nubosa y gris es un momento indicado para el amor, porque el gris penetra en las retinas provocando una sensaci�n extra�a, casi provocativa y la gota que hab�a comenzado a correr por el fr�o vidrio, es el perfume de una mujer preparada para conquistar que no entra por el olfato sino por la vista. Me recuesto a lo largo del sill�n para que el panorama sea a�n mayor, la ventana como un televisor de pantalla gigante, emite un programa singular. Las gotas ya son muchas, tantas como para aumentar la ansiedad de amar. Mis manos ya recorren el hermoso cuerpo de mujer, al comp�s del golpeteo de la lluvia, que ya es m�s intensa, sobre el vidrio. Los besos, cada vez m�s apasionados, incitan a pensar en momentos posteriores m�s tibios, a pesar que la tarde es cada vez mas fr�a. Esa frialdad que es inversamente proporcional a la excitaci�n que me provoca el perfume de su cuello, y la calidez de sus manos recorriendo mi cuerpo desnudo. Las rosas son part�cipes activas y privilegiadas de tanta pasi�n, y el romance con la lluvia es cada vez m�s eterno. Sus p�talos son acariciados por las gotas fr�as, al igual que mis manos acarician las espectaculares piernas de la doncella que acompa�a mi tarde gris. La brisa y su perfume, el agua y su humedad, el run-run del viento y sus excitantes gemidos de placer. Cuanta similitud entre la naturaleza y la mujer, entre la lluvia y el amor, entre el gris y la pasi�n. Y yo acostado a lo largo del sill�n, y el viento en un resurgente golpeteo contra mi ventanal. Y el ruido cada vez m�s intenso, hasta llegar a despertarme de un sue�o profundo. Y la tarde soleada de primavera, ya era pasado y el gris nuboso se hab�a apoderado de mi vida. |
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