ANTONIO
TRUJILLO Carlos Yusti  Conocí al poeta, además de
singular cronista y narrador, Antonio Trujillo durante una charla. Recuerdo que
esa tarde habló sobre las historias recopiladas en los lugares más pintorescos,
relató la historia de Cabuyita y se extendió sobre ese caudal de información que
ha conseguido escuchando a la gente de todos los días. De esas historias con
ribetes fantásticos entretejidas en la memoria con los hilos de una emotiva
sensibilidad. Antonio Trujillo se ha propuesto como tarea recoger esas voces,
recopilar esa historia en minúscula que cimienta la bases de la Historia en
mayúscula sin otro tramite que la conversación directa de sus protagonistas o
espectadores más cercanos, según se tercie. Antonio Trujillo tiene un oído
inigualable para escuchar a los demás y él sabe que mucha gente conserva en las
pupilas de la memoria el brillo intacto de sucesos y hechos que algunas veces
pasan inadvertidos para los historiadores de cuño y academia. Su fino tacto para
escuchar se une a su pericia de narrador oral cautivante y esas historias
comunes (a veces banales) cuando pasan por el tamiz de su elocuencia (o de su
escritura) adquieren matices floridos, risueños y de simétrica frescura. También
recuerdo que esa oportunidad habló de la revista “Trapos y helechos” que dirige
con terca tenacidad y que, según sus propias palabras, tiene más años que
números publicados y la cual más que una revista literaria es una fe en la
palabra escrita.
Por encima de sus cualidades de contador de historias es poeta y no un poeta entre tantos, sino un elegido con la metáfora y lo místico a ras de la piel de cada palabra, en el hueso metafísico de cada verso. Hay una sabiduría que respira en cada poema, hay una espiritualidad que florece y se ramifica en su escritura poética con mucha naturalidad. Descubrí al poeta Antonio Trujillo en un recital. Cuando lee sus poemas adopta cierta tímida formalidad. Ese bullicioso contador de historia hace mutis y le cede el espacio a un aprendiz de la palabra poética trabajada con esa serenidad con la cual el carpintero acomete la rustica madera hasta trasformarla en un objeto que irradia belleza y utilidad. La poesía de Trujillo posee algo de trabajo artesanal, de precisión emocional al lijar y pulir el lenguaje hasta llegar al hueso esencial de la metáfora. No es casual que uno de sus poemarios se titule “Taller de cedro”. En dicho poemario Trujillo nos acerca al taller de un carpintero en el cual ingresó como aprendiz. El libro refleja desde la transparencia ese mundo genuino del taller con sus herramientas que tienen nombres extraños y que él en su juventud confundía con pájaros:
Los distintos libros de Antonio Trujillo han sido recopilados, en un cuidada edición de la editorial El perro y la rana, en un solo libro que tiene por título “Unos árboles después y otros poemas”. En este libro hay un ritmo sobrio y en cada página algo espiritual se mueve, un visión anillada al alma:
La luz se escapa de estos poemas escritos en el borde de la filosofía, en el camino fangoso de lo religioso, pero ni la luz filosófica ni la luz espiritual parecen repelerse y más se entrelazan para lijar la ruda madera del lenguaje y descubrir la belleza de las palabras: la metáfora tallada con lacónica certidumbre, con exacto conocimiento de los poderes de la luz. Antonio Trujillo es un aprendiz de carpintero y para el las palabras son maderas que el con paciencia de artesano va trabajando hasta llegar a la vigilia del hombre que atisba el mundo desde la emoción permanente, desde ese asombro que hace florecer los campos, que permite que los pájaros canten y que fluya el rocío por las hojas de los árboles en las mañanas. Mirar el mundo desde esa óptica sensible del aprendiz y así la poesía también viene sola, eso ha hecho Antonio Trujillo. |
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