AMORES DE PAPEL Carlos
Hugo Burgstaller
Todo empez� como empiezan
esas cosas que luego terminan siendo o importantes o complicadas; empez� sin
querer. Como al mes tuvo otro inconveniente, hab�a tomado unos paquetes de galletitas de una g�ndola que las ofrec�a en ofertas, pero al llegar a la caja se enter� que el producto estaba mal marcado y no pertenec�a a la oferta anunciada. Sin dudarlo deposit� su queja en el buz�n y a la semana recibi� una disculpa. La carta lleg� acompa�ada de una caja con 12 paquetes de aquellas galletitas que hab�an sido el origen de la queja. Esta vez, deb�a reconocerlo, se qued� muy sorprendida. Puso el paquete sobre la mesa de la cocina y se sent� a leer la nota. A medida que avanzaba en la lectura descubri� que las palabras no eran tan frias ni tan comerciales, e incluiso las sinti� amables, gentiles, sin se�as de compromiso. Cuando lleg� al final le prest� especial etenci�n al nombre y apellido de la firma. No supo bien por qu�, pero se lo imagin� joven, muy educado y por qu� no, atractivo. Esta vez no tir� la carta, por lo menos no tan pronto, la guard� unos d�as en su cartera. Pas� un par de meses desde aquella segunda carta cuando ocurri� el tercer inconveniente: Uno de los productos que hab�a comprado estaba vencido. Eso lo descubri� cuando ya hab�a llegado a su casa, sin embargo se sinti� con derecho a quejarse y volvi� al super. Esta vez no escribi� su queja all� mismo sino que se llev� un par de formularios a su casa, quer�a pensar bien lo que iba a escribir y que palabras deb�a utilizar. Aquella noche esper� que todos se acostaran y cuando estuvo sola, prepar� un caf�, busc� los cigarrillos y se acomod� frente a esos papeles que ahora le provocaban un poco de cosquillas en el est�mago. Entre el humo del cigarrillo ve�a los papeles sobre la mesa y en un trago de caf� decidi� escribir su queja en un cuaderno. Eleg�a cada palabra y armaba cada oraci�n como artesano que talla la madera, con fuerza pero delicadeza al mismo tiempo. Ella pretend�a que sus palabras mostraran su disgusto pero al mismo tiempo dijeran algo m�s. No sab�a bien que era lo que pretend�a decir, o tal vez no se animaba a aceptar que de pronto ese juego de cartas se hab�an convertido para ella en una puerta que le permit�a escapar de su propia vida. Sent�a que disfrutaba de escribirla, que hab�a en ese �ntimo y silencioso acto de escribir una carta un placer casi prohibido. Sobre la hoja de papel sobrevolaba algo de picard�a, de sonrisa hist�rica y de erotismo pens� de golpe y se sonroj�. Se irgui� de golpe, mir� a su alrededor, reconoci� los muebles de la cocina, un guardapolvo sobre la silla, un monedero abierto sobre la mesa, los platos limpios en la mesada y sinti� miedo. Encendi�, casi con bronca, otro cigarrillo, se levant� con un movimiento brusco y prepar� otro caf�. Con el paso de los minutos se sinti� m�s tranquila, no comprendia que le hab�a sucedido. Volvi� a la mesa y sigui� escribiendo. Cuando por fin sinti� que estaba lista cay� en la cuenta que hab�an pasado casi dos horas. Con mucha proligidad, casi dibujando cada letra la fue pasando al formulario, quer�a que cada palabra sonara con su voz al momento de ser le�da.
Esa noche le cost� conciliar el sue�o, el cuarto le parec�a feo,
abandonado, tal vez desconocido y en su est�mago sent�a aun ese cosquilleo que
tanto la inquietaba. El cansado respirar que sent�a a su lado la llenaba el
recuerdo de otros tiempos y la pon�a m�s inc�moda.
Las noches suelen darnos la
posibilidad de serenar nuestros pensamientos, ordenar nuestros sentimientos y es
ese ejercicio de proligidad el que nos permite volver a comenzar al d�a
siguiente como si en realidad todo estuviera bien. Cuando a la tarde siguiente entr� al super sinti� que se ruborizaba. Se imagin� observada, vigilada, incluso sospech� que los que depositaban las quejas eran filmados. En un acto reflejo busc� en su cartera los anteojos de sol y se los puso con un gesto r�pido y brusco. Camin� hasta el buz�n y con un movimiento agil y preciso coloc� la nota en la ranura y sali� apresurada del local.
Ella misma no sab�a muy bien el porque se hab�a sentido as� y
menos pod�a explicar porque sent�a tanta ansiedad con el pasar de los d�as.
Una noche al llegar a su casa encontr� sobre la mesa del comedor la
carta. La tom� con algo de nerviosismo, la mir� y volvi� a dejarla sobre la
mesa, pero inmediatamente algo la hizo ruborizar, y entonces la guard� en su
cartera. Dificil le resultaba explicarse el porque hab�a hecho eso y sinti�ndose
perseguida se encerr� en el ba�o, baj� la tapa del hinodoro y se sent�. De
pronto se vi� rid�cula encerrada en el ba�o con la cartera aferrada a sus
manos y sali� apurada. Con agilidad de felino se zambull� en la cocina y se
puso a preparar la cena. Ma�ana, se dec�a, ma�ana la voy a leer.
Si las puertas del infierno se
hubieran abierto frente a ella no hubiera sentido tanto miedo como cuando
encontr� esa carta. Los miedos, como monstruos de pesadilla, aparecen sin
anunciarse y en su repentina presencia sentimos que estamos solos, que nadie
puede ayudarnos, que somos lo que no nos atrevimos a ser, que hemos perdido
mucho en el camino y no sabemos si lo que a cambio conseguimos vali� el
sacrificio. Los miedos aullan dentro nuestro como lobos hambrientos y nos ara�an
pidi�ndonos a gritos que dejemos salir lo que hemos querido ocultar durante a�os. La tarde siguiente cuando entr� a su consultorio se sinti� protegida. All� estaba en su mundo, all� ordenaba y decid�a. Se sent� en el sill�n de los pacientes y de pronto se sintio rid�cula, nunca lo hab�a hecho. Hizo una pausa en la tarde, respir� profundamente y sac� la carta de la cartera. La habri� con mucho cuidado y despleg� el papel con mano temblorosa. Cuando ley� las primeras lineas se levant� de golpe y se qued� parada en medio del consultorio, rid�cula, temblando. Se asegur� que la puerta estuviera cerrada con llave y volvi� a la carta: ..."no me importa mucho arriesgarme pero tengo que decirte todo esto, te conozco desde hace tiempo, y la suerte quizo que te viera cuando depositaste la primera nota. Apenas te fuiste la quit� del buz�n y la le� con ansiedad, quer�a saber tu nombre, solo eso. Con la tercera nota sent� que algo hab�a cambiado y decid� dar este paso. En tus manos estoy, la carta la firmo con nombre y apellido, la hago en papel de la empresa y casi diria que es una confesi�n. Solo quiero una posibilidad, charlar un rato con voz, tomar un caf�, eso es todo. Te repito que se quien sos, s� de tu vida algunas cosas, aunque en realidad poco me importan. Tal vez te preguntes como empez� todo esto, pues no lo s�, fue una tarde que te vi haciendo las compras y algo en vos me desconcert�, a partir de ese momento siempre estuve atento y varias veces te vi. Llevo meses esperando este momento..." Hizo una pausa en la lectura y trat� de serenarse. Qu� era esto, qu� significaba? No entend�a o no quer�a entender. Alguien que no conoc�a, que no sab�a quien era le hac�a una proposici�n. Pens� en ir al super y quejarse, personalmente, de la conducta de esta persona. Pero de pronto se dijo: Pero que estoy haciendo si yo lo sospech�, si yo le di pie para que escribiera esto, si yo... y no se anim� a terminar la frase. Volvi� a la carta y la termin� de leer, poco faltaba en realidad, solo le ofrec�a encontrarse a tomar un caf�, que ella pusiera el d�a, la hora y el lugar, y que se lo dijera a trav�s de otra nota en el buz�n. Algo molesta guard� la carta, trabaj� toda la tarde con bastante mal humor. No sab�a si en realidad lo que hab�a sucedido era lo que ella pretend�a, o simplemente se equivoc� y por un juego caprichoso que ella cre�a haber provocado se ve�a de pronto envuelta en un compromiso del que deb�a escapar.
Otra vez los monstruos de las
pesadillas, el miedo a querer aceptar lo que somos, o al menos lo que creemos
ser. Otra vez el miedo al peligro, el miedo a enfrentar los ojos de los dem�s,
el miedo a enfrentar nuestros propios ojos, que nos interrogan con frialdad
sobre lo que estamos haciendo y sobre lo que dejamos de hacer.
Aquella noche lleg� a su casa sinti�ndose a�n molesta, nerviosa e
irritable. Se mov�a por las habitaciones con paso ligero, como si no quisiera
toparse con nadie de la familia. Antes de acostarse se di� un ba�o bien
caliente, largo y relajador. Cuando sali� de la ducha se par� frente al espejo
empa�ado y con un gesto r�pido pas� su mano izquierda por el vidrio y de
pronto se vi� desnuda entre el vapor. Se qued� as� por unos segundos, y sinti�
que se relajaba, se observ� con atenci�n, detuvo su mirada en sus pechos, a�n
firmes, aun hermosos, eso lo sab�a, siempre lo supo, casi eran su orgullo. Mir�
su vientre que a�n conservaba bastante chato, gir� y de perfil recorri� el
contorno de su espalda, luego se alej� un poco y trat� de verse de cuerpo
entero. Casi como descubri�ndose por primera vez vi� su rostro enmarcado por
los cabellos mojados y se sonri�, y su sonrisa en el espejo la cambi� de
pronto, de golpe, como en un acto de magia la transform� en otra persona, o
sencillamente, le mostr� lo que realmente ella era: una mujer sensual, capaz a�n,
de despertar deseos, pero nunca lo hab�a pensado as�, jam�s hab�a necesitado
saber que pod�a seguir provocando eso. Su vida estaba bien, era querida, y al
mismo tiempo ella tambi�n quer�a, pod�a decir que hab�a hecho bien, que hab�a
hecho lo correcto, sin embargo en esa sonrisa en el espejo ve�a que algo hab�a
olvidado en el camino. Tal vez se hab�a olvidado de ella misma. Acaso todo esto
suced�a como una revancha, acaso era este un momento en el que necesitaba
replantear lo que era y lo que pretend�a ser de ahora en m�s. No pod�a
contestar todas las preguntas que ven�an a su mente pero se sinti� mejor.
Cubri� su cuerpo con un toall�n y sali� del ba�o mucho m�s serena, se acost�
desnuda, el frio de las s�banas la estremecieron y eso le hizo bien, un golpe
de energ�a de pronto le recorri� todo el cuerpo.
Las dos caras de Jano sobrevolaban
sus sue�os, el pasado y el futuro corr�an vertiginosos en un remolino de
pasiones y prejuicios. Enormes manos pretend�an tomarla y ella escapaba. Corr�a
desnuda por calles llenas de gente, todos la observaba mientras ella trataba de
ocultarse, buscaba algo con que tapar su cuerpo. Corr�a, gritaba desesperada,
sent�a una verguenza at�vica. Se
despert� acurrucada, temblando y agitada. Dej� pasar varios d�as en los que trataba de no pensar mientras esperaba que algo m�s poderoso que ella tomara la desici�n de mandar o no esa nueva carta. Pens� en contarselo a su �nica amiga, pero desisti�, en el fondo no confiaba en ella. La sombra de lo que hab�a ocurrido unos a�os atr�s con aquel amigo de su marido que la hab�a invitado varias veces a salir la persegu�a como un fantasma. En aquella oportunidad nada hab�a pasado, sin embargo, ahora sent�a que no era la misma mujer de aquella oportunidad, algo en ella se hab�a roto para siempre. Por fin, decidi� darse la oportunidad de saber si pod�a dar ese paso y al mismo tiempo darle a �l la posibilidad de decir lo que ten�a para ella. En el fondo deb�a reconocer que estaba ansiosa, y que necesitaba ese encuentro, ten�a muchas cosas que confirmar o mejor dicho recuperar. La carta fue muy breve, solo daba un lugar, un d�a y una hora en que debia producirse el encuentro. La tarde que fue a depositarla soplaba un viento c�lido de primavera, ella se sent�a animada, fresca, con esa vitalidad que da el saber que algo nuevo nos est� esperando. Entr� muy segura al sal�n, mir� hacia todos lados tratando de identificar a esa persona pero no pudo. La acci�n de depositar la nota en el buz�n fue lenta, casi eterna, se demor� todo lo que pudo, quer�a que �l la viera, que apenas ella se fuera el corriera hacia el buz�n. Pens� en llegar a la puerta y volver a entrar para verlo, pero decidi� que era mejor seguir esas reglas que en alg�n lugar del universo ya hab�an sido establecidas. Se fue satisfecha, con paso fuerte rumbo a su casa y en medio de ese viento c�lido de primavera le dedic� una sonrisa a esa persona que, tal vez, en este momento est� sintiendo algo de felicidad al saber que su invitaci�n hab�a sido aceptada.
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