EL QUIJOTE DE AVELLANEDA
Carlos Yusti
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En
el canon de la literatura occidental hay libros condenados a la censura
y el silencio. Textos que sometidos a una serie de prejuicios, cr�ticas
adversas, a veces injustificadas, terminan ahogados en el polvo del
olvido. Existe una buena cantidad de libros que han pasado a engrosar el
estante de libros malditos. Libros que se convierten en una rareza
literaria y los cuales se leen m�s por curiosidad que por motivaciones
intelectivas. El 23 de abril de cada a�o se celebra el d�a del
idioma y por supuesto el Quijote escrito por Cervantes, no obstante el
otro Quijote, el de Avellaneda, apenas se menciona.
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Antes de la
publicaci�n de su obra magna, como lo es Don Quijote de la Mancha, Miguel de
Cervantes Saavedra (1547-1616) era lo que se podr�a catalogar como un
escritorzuelo del mont�n. Un escritor al que su medio cultural de entonces no
le prestaba la debida atenci�n. Eclipsado por un conjunto de escritores, con
un dominio bastante excepcional de la prosa y el verso, Cervantes no encuentra
su tono. Ha recorrido tantos caminos de infortunios que la escritura es el �ltimo
consuelo que le queda. Ni la musa ni la suerte parecen estar de su lado.
Tratar� de salir del foso con la literatura. Era obstinado y laborioso. Por
esa raz�n decide probar suerte escribiendo teatro. Como autor teatral tampoco
brill� mucho debido a que Lope de Vega era el dramaturgo por antonomasia para
ese momento. En fin que Cervantes era un redomado fracasado tanto como soldado,
poeta, novelista y escritor dram�tico. Incluso como funcionario gubernamental
le fue de lo peor. En 1594 se le encarg� el cobro de los tributos en el reino
de Granada. Durante tres a�os se dedic� a tarea tan poco espiritual. Deposit�
lo recaudado en un banco de Sevilla, que a los pocos d�as se declar� en
quiebra y Cervantes al no poder rendir cuentas fue a parar a la c�rcel, de d�nde
sali� tres meses despu�s bajo fianza. Por esas fechas se entrega al arduo
trabajo de escribir el Quijote.
En el a�o 1605 se publica en Madrid la primera parte de "El Ingenioso
Hidalgo Don Quijote de la Mancha", compuesto por Miguel de Cervantes
Saavedra. El �xito del libro fue inesperado, incluso para su autor. Pasaron
los a�os y la gente ped�a con entusiasmo la segunda parte en la que
presuntamente trabajaba su autor. Como Cervantes le daba largas al asunto alg�n
escritor, quiz� azotado por el hambre y la urgencia de fama, se apresur� a
escribir esa segunda parte que el p�blico esperaba con castiza ansiedad.
Emiliano M. Aguilera en el pr�logo del libro, "Nuevas andanzas del
ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", de Alfonso Fern�ndez de
Avellaneda nos informa: "Nueve a�os despu�s de aparecida la primera
parte del Quijote cervantino y uno antes de que la segunda viese la luz, un
novelista que dec�a ser licenciado y llamarse Alonso Fern�ndez de Avellanada
public� en Tarragona, con los correspondientes permisos eclesi�sticos e
impreso en los talleres de Felipe Roberto, un segundo tomo del Ingenioso
Hidalgo Don Quijote de la Mancha que contiene su tercera salida y es la quinta
parte de sus aventuras".
Desde la aparici�n del libro de Avellaneda, conocido tambi�n como el Quijote
ap�crifo, ni su autor ni el libro gozaron de popularidad alguna y menos todav�a
al publicarse en el 1615, la segunda parte escrita por Cervantes, que agot�
en un a�o la primera edici�n realizada por Juan de la Cuesta en Madrid.
Sobre Alonso F. Avellaneda se han producido infinidad de conjeturas y
pesquisas, sin que las mismas hayan logrado descubrir su verdadera identidad.
Con el correr del tiempo el Quijote de Avellaneda se convirti� en un libro si
se quiere un libro marcado. Su autor fue tachado de advenedizo, resentido y
envidioso. En el pr�logo escrito por el propio Avellaneda explica las razones
que lo impulsaron para escribir el libro y de paso aprovecha la oportunidad
para insultar a Cervantes. Avellaneda buscaba, aparte de dinero, un poco de la
fama que el Quijote Cervantino hab�a deparado a su otro autor. Lo cierto de
todo este asunto es que el libro no tuvo resonancia de ning�n tipo, al punto
tal que tard� m�s de un siglo en imprimirse de nuevo en castellano por all�
en el a�o de 1732, tambi�n exist�a una versi�n francesa de 1702, cuya
traducci�n al franc�s fue hecha por el escritor Le Sage.
Algunos escritores espa�oles vieron en el Quijote de Avellaneda una
intervenci�n directa del Santo Oficio, que buscaba sustituir el Quijote
liberal de Cervantes por un Quijote m�s apegado a los preceptos ortodoxos de
la iglesia. Nabokov ha expresado en su estudio sobre el Quijote
cervantino, que Cervantes no le interesaban las cuestiones religiosas y que el
libro en muchos pasajes era en extremo cruel.
El Quijote de Cervantes es una novela prol�fica y ca�tica, el de Avellaneda
es una historia m�s coherente y vers�til. Adem�s, es bueno dejar claro que
Avellaneda no imit� el Quijote cervantino, sino que se sirvi� de los
personajes principales, para escribir una continuaci�n con una atm�sfera y
con un estilo propio. Era si se quiere la prefiguraci�n de Pierre Menard,
aquel personaje de Borges que no que quer�a escribir otro Quijote, sino el
mismo libro con puntos, comas e incluso los errores del original. La empresa
de Avellaneda es menos tremendista. Este elimina algunos personajes, convierte
al Quijote en el caballero desenamorado y otros aspectos por el estilo. Su
narraci�n es directa, aunque bastante lenta. Los personajes pierden su halo
irreal y se hacen m�s corrientes y descarnados. Los di�logos no poseen
sutileza alguna y rozan la escatolog�a castiza sin pruritos intelectuales.
Jorge Luis Borges en alg�n texto enumer� como una de esas magias
parciales del libro de Cervantes, que los personajes sean lectores del Quijote
e incluso del Quijote de Avellaneda y, que, adem�s, emiten opiniones y
juicios traspapelando la realidad y la ficci�n. Como sucede en la segunda
parte: "Y poni�ndole un libro en las manos, que tra�a
su compa�ero, le tom� don Quijote, y sin responder palabra comenz� a
hojearle, y de all� a un poco se le volvi� diciendo: -En esto poco que he
visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprehensi�n. La primera,
en algunas palabras que he le�do en el pr�logo; la otra, que el lenguaje es
aragon�s, porque tal vez escribe sin art�culos, y la tercera, que m�s le
confirma por ignorante, es que yerra y se desv�a de la verdad en lo m�s
principal de la historia; porque aqu� dice que la mujer de Sancho Panza se
llama Mari Gutierrez, y no llama tal, sino Teresa Panza". El escritor
ruso Vladimir Nabokov ha escrito que Cervantes reprocha en el
autor del Quijote espurio, errores y descuidos que �l mismo cometi� en
proporciones alarmantes sea por falta de inspiraci�n, cansancio, etc. O como
lo escribe Nabokov: "Al escribir la obra, Cervantes parece haber pasado
por fases alternativas de lucidez y vaguedad, planificaci�n meditada y
descuido desali�ado, del mismo modo que su protagonista est� loco a trozos.
La intuici�n lo salv�". Al parecer Cervantes mientras escrib�a la
segunda parte del libro no tuvo a la mano la primera y record� el libro
de manera desordenada y a fogonazos como lo hubiese hecho un lector com�n y
como quiz� lo record� Avellaneda.
En el Quijote de Avellaneda, seg�n lo escrito por Segundo Serrano Poncela,
los personajes eran como m�s terrestres, m�s mundanos. Don Quijote y Sancho
dejaron de ser personajes trajeados de palabras y haza�as metaf�ricas para
adquirir rasgos menos l�ricos y como m�s cotidianos. Avellaneda tensa el
arco de la realidad en su quijote espurio y quiz� esto le quita cierto
encanto. Poncela escribe: "El honrado Avellaneda debi� trazarse
mentalmente un esquema a su modo del orbe cervantino. Ten�a por
delante un loco cuya singularidad estaba en confeccionar ciertos tipos de
locuras y unos cuerdos que gozaban del disparate con un placer elemental y de
superficie tal como en los pueblos se goza del espect�culo del tonto o el
chiflado,�" Con esos personajes, un loco que se cree caballero andante,
un glot�n ordinario que vomita refranes y que le acompa�a en su traves�a
enajenada, Avellaneda trat� de allanar otro terreno narrativo, se apropi� de
los personajes creados por Cervantes y los movi� desde una perspectiva
normal, dando rienda suelta a una segunda parte m�s vulgar y realista,
desechando lo quijotesco de la vida y presentando la existencia hispana de la
�poca de manera desnuda y sin asomo alguno de humor o poes�a. Ese puede ser
el pecado de Avellaneda, no obstante su obra puede ser considerada como la
otra cara de la moneda de un personaje mucho m�s vital y tan grande como su
creador.
Nabokov escribi� que eso de considerar el Quijote como
la mejor novela de todos los tiempos es una soberana tonter�a y que para ser
honestos no es siquiera una de las mejores novelas del mundo, pero sus
protagonista son la invenci�n m�s genial y extraordinaria de Cervantes. Sus
criaturas son de una carnadura y fuerza vital contagiosas. Nadie escapa al
hechizo del caballero y su escudero, nadie sale ileso a esa ferocidad del sue�o
delirante que zarandea la vida de dos personajes ficticios, que por esas
magias literarias se traspapelan en la vida de los lectores y ya no sabemos si
somos tan ficticios(o reales)como Sancho y Don Quijote o como lectores
apaciblemete instalados en la sala leyendo. Nabokov dej�ndose ganar por este
juego de espejos aduce que el autor del quijote falso es el propio Cervantes.
El escritor ruso escribe: "�Que espl�ndido habr�a sido que, en el
lugar de ese �ltimo encuentro precipitado y vago con el disfrazado Carrasco,
que le derriba en un abrir y cerrar de ojos, el don Quijote real hubiera
liberado su batalla decisiva con e don Quijote falso! �Quien habr�a salido
vencedor de esa batalla imaginada: el fat�stico, el encantador loco genial, o
el fraude, el s�mbolo de la robusta mediocridad? Yo apuesto por el hombre de
Avellaneda, porque lo gracioso es que en la vida la mediocridad tiene m�s
suerte que el genio. En la vida es el fraude el que desacabalga a la valent�a
de verdad. Y ya que estoy so�ando despierto, d�jenme a�adir que no estoy de
acuerdo con el hado de los libros; escribir bajo otro nombre una continuaci�n
fingida, esp�rea, para intrigar al lector de la aut�ntica habr�a sido, en t�cnica
art�stica, como un resplandor de luna. Avellaneda debi� ser, bajo un disfraz
de espejos, Cervantes".
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La publicaci�n del
Quijote de Avellaneda ha sido para los cervantistas posteriores s�lo
un amago in�til, un artilugio vano, una apuesta audaz con un inequ�voco
toque de locura y desesperaci�n. Jam�s se detuvieron a considerar
que Avellenada fue el primero en darle importancia al libro de
Cervantes. Que fue �l quien primero tuvo la certeza de la grandeza de
la historia, a tal punto que podr�a continuarse desde otra
prespectiva. Para los escritores contempor�neos de Cervantes este no
exist�a en lo absoluto. Ni Lope de Vega, ni Quevedo ni Baltasar
Gracian se dieron por aludidos con la publicaci�n del Quijote y mucho
menos se preocuparon por su autor, cuya biograf�a es tan difusa como
la Espa�a que recorre el caballero de la triste figura. Para los cr�ticos
de la �poca el libro no signific� un aporte literario digno de
mencionarse. |
Nabokov escribi�: "Debemos,
pues, imaginarnos a Don Quijote y su escudero como dos siluetas
peque�as que van caminando all� a lo
lejos, sobre un fondo dilatado crep�sculo encendido, y cuyas negras sombras,
enormes, y una de ellas especialmente flaca, se extiende sobre el campo
abierto de los siglos y llega hasta nosotros". Avellaneda tuvo la virtud
de sentir la sombra de esas dos siluetas gigantescas y no pudo escapar al
embrujo y es as� que con, villana o ingenua intenci�n, quiso escribir un
Quijote m�s manejable a los esquemas mentales del hombre de su tiempo y se
entreg� a la tarea de escribir su Quijote particular. Hoy d�a el acto de
Avellaneda tiene m�s de met�fora que de acto vil, tiene m�s de po�tica que
de empresa quijotesca. El Quijote de Avellaneda ha pasado la prueba y hoy en d�a
puede considerarse otra obra imprescindible de la literatura cl�sica espa�ola.

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