ROBLE
Jeannette Pesquera
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Corrían los días de mi adolescencia, esos días en que
todo es magia,
todo es brillo y todo es alegría. Mayra, mi vecina y compañera de
estudios se había convertido en mi amiga inseparable, cada cosa que nos
sucedía, cada alegría y cada pena por la que atravesábamos se sentía
visiblemente subsanada con solo correr al teléfono y desahogarnos la una con la
otra. Realmente nos apoyábamos mucho, pero la juventud, llena de bríos,
de aires de oposición y de rebeldías que nos ciegan, un día hizo lo
suyo. Ya ni recuerdo el motivo, pero lo cierto es que un día en medio de
una larga conversación, una diferencia de opiniones que se fue
acrecentando a medida que cada una emitía mas y mas opiniones quizás subidas
de
tono, hizo que todo aquello se derrumbara. Nos disgustamos, y aquello
se convirtió en una batalla de orgullos desmedidos y de posiciones
altivas que no tenían mucho sentido, pero había un orgullo que no se podía
doblegar. Así transcurrieron dos largos años, seguíamos asistiendo al
mismo colegio, sin embargo no nos determinábamos. Con frecuencia, en mis
momentos de tristeza, solía mirar a través de mi ventana hacia su casa,
para buscar seguidamente con la mirada presurosa
el aparato
telefónico, pero NO, no iba a ser yo quien diera el primer paso, porque no era
yo
la única culpable. Una tarde, al terminar la jornada diaria, debía
quedarme en el colegio pues tenia mi entrevista con la tutora estudiantil,
y ella decidió que la entrevista se efectuara en la parte posterior del
colegio, en un pequeño salón destinado a las reuniones de profesores,
un tanto alejado de las aulas de clases. Al llegar al salón, reparé en
una gran cantidad de maderos arrumados unos sobre los otros que estaban
apostados justo al lado del salón. La
conversación ese día tomó
matices diferentes, se tocaron mucho tópicos, todos relacionados con el
género humano. Misteriosamente, mi tutora en esa ocasión no me hablo
para
nada de métodos de estudio, ni de tácticas de aprendizaje,Â
me hablo del
ser humano, y de su relación con su entorno. En un momento dado de la
conversación se puso de pie junto a la ventana, y con los ojos fijos en
aquellos maderos me tomo de un brazo y me dijo.. ¿ves esos maderos?,
son de roble puro.. el mas fuerte roble.. Solían constituir una hermosa
casa de juegos donde los niños de menores recursos se congregaban a
jugar cada tarde, pasaban momentos
de felicidad que puedo asegurar que
jamás olvidaron. Pero un día, en medio de una tormenta, una parte del
tejado se levantó, y la lluvia se coló a través del techo y humedeció toda
la estructura.. Los días fueron pasando y la grieta nunca fue reparada,
y poco a poco, aquella casa que solía ser el encanto de tantos y tantos
pequeños, fue quedando convertida en lo que hoy ves. El agua de las
lluvias pudrió sus bases, y aunque las columnas fueran del mejor roble que
puedas imaginar, las bases que lo sustentaban se fueron doblegando.. y
un buen día, después de un gran estruendo, observamos como finalmente
cedieron las bases podridas dejando aquellos robles.. fuertes y
sanos...tirados en el suelo. De igual manera pasa con los seres humanos -me
dijo- Podemos ser de oro sólido, pero nuestro entorno es nuestra base, y
debemos cuidarlo tanto como nos cuidamos nosotros mismos para poder
edificar una vida sólida y fructífera.. Un abrazo, un saludo, una carta,
una sonrisa, una tarjeta, una llamada ....fungen como clavos de acero que
te afianzan cada día a tus bases y mantienen tus columnas de roble
aseguradas. Piénsalo -me dijo finalmente- pero sobre todo.. aplícalo en tu
vida diaria, es importante. Varios años después, conversando con mi
tutora y recordando aquella conversación en el salón de profesores, me
confesó que aquel día, al terminar su charla se disponía a preguntarme si
había entendido lo que había querido decirme... mas no llegó a hacerlo.
¿Por qué no lo hizo? pregunté, Â
...no fue necesario, -me dijo..- ¿Es
que acaso no recuerdas cuales fueron tus palabras al terminar yo de
hablarte? ...La verdad -repuse- no lo recuerdo, lo siento, hace tantísimo
tiempo de aquello... Tus palabras - me dijo finalmente- al terminar
nuestra conversación, me hicieron
comprender que habías captado lo que
pretendía que captaras. Solo cuatro palabras pronunciaste, y la verdad
fueron suficientes...solo dijisteÂ
"¿Me presta su teléfono?".
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