LA FIESTA

Diego Remussi

 

Se había preparado durante varios días para la reunión. Se acercaba fin de año y le habían dicho que se iba a ver con los primos. María quería verse linda. Aunque supiera que iba a correr con ellos por el líving y que seguramente se iba ensuciar. 


Dibujo: Carolina Pérez


Eligió un vestidito impecable.   La mamá la peinó y le puso perfume.   Llegaron a una casa llena de parientes.   Además de los conocidos, estaban aquellos que sólo veía una vez por año.   No se detuvo más que en el saludo al tío tal o cual. Quería ver a los primos.   Ellos también estaban limpitos y arreglados.

Cacho tenía su edad.   Virginia era un poco menor. Era más fácil decirle que jugara a lo que ellos quisieran.   La pobre era la que siempre contaba cuando jugaban a la escondida.

Después estaba el bebé. Ya tenía año y medio, pero seguía siendo chiquito para ellos. A veces interrumpían sus juegos para escuchar lo que intentaba decir o verlo caminar a los tropiezos, como un pato. Le preguntaban si quería quedarse con ellos en la habitación, en el medio del desorden. 

María y Cacho tuvieron que sentarse un rato en la mesa a la hora de la comida. Los más chiquitos lo hacían en las faldas de sus mamás.

No había regalos, como en navidad. No parecía demasiado divertido estar escuchando las conversaciones de los grandes. Sin embargo, el tío Pedro les dijo si querían ir al balcón. Uno a uno lo siguieron. 


Había que esperar que fueran las doce. Cacho dijo que no tenía reloj, pero se darían cuenta en cuanto sus padres alzaran las copas. María dijo que había otra forma de saber la hora. Para eso habían salido al balcón. El primer petardo trajo un estruendo que los dejó admirados. Luego empezaron las luces de colores, reventándose en el cielo.

Adentro, los padres chocaban sus copas y se daban besos llenos de sonrisas. Allí afuera, la celebración era con ruidos y fuegos artificiales.


Dibujo: Carolina Pérez

La mamá les trajo unas gaseosas para que ellos también brindaran, pero no les pidió que volvieran al líving. Al contrario, fueron los grandes los que salieron. Miraban admirados desde esa posición privilegiada que habían conquistado los chicos.

Entonces, el tío les mostró la sorpresa que había guardado hasta ese momento. Era sólo para los mayores y debían ser muy cuidadosos. Les dio a cada uno una lucecita de bengala. Salieron chispas de sus manos. Tenían ganas de saltara y de reír, sin importar que ya era muy tarde o que los grandes volvieran a entrar.

Los ruidos de petardos acompañaron el sonido de sus risas. Se quedaron un rato más, celebrando, a su modo, el comienzo del año nuevo. 

 

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