HAY VOCES EN EL VIENTO QUE HABLAN...
(De su libro: "Camino de la luz" © 2001, octubre)

Fernando Luis Pérez Poza

Hay voces en el viento que hablan,
gritos mudos que revientan en el aire
y llenan de túneles el corazón.
Son hilos de luz
que se hunden hasta el hueso,
ráfagas de campanas sordas
que retumban en la médula,
brasas tristes que salen
de la humedad de los recuerdos
y se instalan como setas
en el interior del tuétano.

Yo no sé qué quieren,
por qué prefieren la amargura del invierno
al dulce vendaval de primavera
que también late en mi cerebro,
por qué ocultan su rostro
bajo el musgo de la piedra
y entierran el sol en el abismo
más profundo de la pena,
si a su lado crecen las estrellas
como racimos fértiles
en las cepas desnudas de la seda.

Hay farmacias dormidas en el alma
que no admiten recetas de alegría,
boticas infectadas de tristeza
que contaminan las venas y los huesos
y pueblan la garganta de palomas tuertas.
Son fórmulas magistrales
que inventó el diablo
para vaciar las negras cataratas del abismo
en la corriente desbordada de mis versos.
Son cepos amargos,
sótanos anegados de negrura
que estallan en la boca
como obuses de sombras
en mitad de la noche.

Yo no sé cómo llegan,
cómo hunden sus raíces
en mi corazón solitario
y revuelven la salitre
fermentada del abecedario.
Yo no sé a qué han venido
ni por qué se quedan atrapados
en el azufre del calendario,
pero pienso, compañera,
que solo tus manos y tus largos abrazos
podrían hacer que se mudaran barrio.



ODA A LA MUJER

(De su libro: "Camino de la luz" © 2001, octubre)

Fernando Luis Pérez Poza


Tiene tu alma alas blancas de gaviota
y pétalos de sueños infinitos,
olas desbocadas de rosas rojas
que hilan la marea de mi destino.

Tu piel es un horizonte sin bruma
por donde resbalan locos mis dedos,
tus besos son heridas de ternura
que invocan el ardor de mi deshielo.

Eres fuego que derrite la nieve
o viento que deshoja el silencio
o corazón que destila un torrente
de dulces laberintos y misterios.

A tu lado siento latidos nuevos
de esperanza, verdes praderas ebrias
de rocío que dilatan el tiempo
y lo envuelven en delirantes sedas.

En tu boca maduran las cerezas
del cariño, las manzanas sabrosas
del pecado que hasta el cielo te llevan
o al infierno del frenesí te arrojan.

Y, sin embargo, mujer, meridiano 
infinito donde se juntan diablo,
carne y mundo, aún me pregunto a diario
quién eres tú para dolerme tanto.


       

 

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