PLAGIOS Carlos Yusti Si uno hubiese tenido talento
quizá habría comenzado en esto de la literatura como poeta maldito. O sea un
geniecillo precoz con la navaja de la metáfora nueva dispuesto a acuchillarlo
todo. No obstante uno va a la literatura sin saber bien en que embrollo se
mete y sin sopesar la falta de preparación.  Cuando se empieza a
escribir uno se asemeja a esos boxeadores sin piernas y ni cerebro. Las
razones para escribir, tan insondables como las razones para no escribir, te
empujan de manera automática. Como carecía de talento y lectura comencé
como plagiario. Además los Rimbaud se dan en la vida de manera esporádica.
Escribir una obra literaria paradigma a los 21 años, enamorarse de otro poeta,
sentar a la belleza en las rodillas e injuriarla y luego irse a comerciar con
armas y esclavos en Abisinia no era mi ideal. Tenía para ese entonces
14 años y leía mucho a Quiroga. Quería escribir cuentos abismales.Â
Rescribía con pulcritud en un cuaderno escolar los cuentos de Quiroga. Â
Inventaba nuevas tramas, renombraba a los personajes pero todo aquello era
Quiroga puro. Me fusilaba, como se dice en el argot, las atmósferas, la
estructura y el tono lúgubre. Hacía mis pastiches como lo hace Paulo
Coelho con los cuentos tradicionales chinos o árabes. Estos primeros amagos
narrativos me ayudaron a considerar la escritura como una actividad rigurosa
que requiere sensibilidad, cultura y pleno ejercicio de la creatividad.Â
También me permitieron ejercitarme en la construcción de la frase y los párrafos.Â
Los cuentos escritos en el cuaderno fueron a parar a la basura. Decidí
emprender el vuelo en solitario. Lo primero fue leer mucho para aprender
el oficio. Barnizarme la piel con teatro,Â
museos y buena música. Conocer a otros escritores. Â
Sustituir la falta de talento con erudición y cosa, aunque en mis
escritos se escapa más la cosa que la erudición, para al finalÂ
asumir la literatura con desparpajo y con un mínimo de honestidad. El plagio más que un acto de viveza/vileza es un acto deshonesto.  En nuestro país se ha dado más deshonestidad en la política que en las letras. Las razones: la política es un negocio y la literatura un cabroneo dominical.  O sea un spining, una bicicleta fija que no te lleva a ninguna parte y que muchas ni te sirve para pagar el alquiler. A pesar de ello hemos tenidos rumores de plagios y algunos casos comprobados. Siempre ha existido el runrún sobre el supuesto plagio cometido por Rafael Cadenas y su poema “Derrota”, que tiene el mismo tono que el poema “Tabaquería” de Fernando Pessoa.  Al actor, periodista y profesor universitario Javier Vidal se le acusó de plagio.  Su libro sobre el perfomance incorporó párrafos completos de otro libro escrito por un autor inglés.Â
Dos
casos gordos de plagios son los de Camilo José Cela y Luis Racionero. El
primero premio Nóbel y el segundo reconocido ensayista con más de veinte
libros publicados y actual director de la Biblioteca Nacional. Â
De Luis Racionero, erudito y excelente escritor, sorprende su caradurismo. Se
argumenta que el libro “Atenas de Pericles” Â tiene
párrafos completos y exactos de un libro de Gilbert Murray.Â
No sin razón Daniel Gavela escribe: “No es que no reconozca el
fusilamiento del texto de Gilbert Murray incluido en El legado de Grecia,
sino que, en un abuso ventajista, se saca un palabreo justificativo: lo mío
no es plagio, es 'intertextualidad', dijo Racionero cuando le preguntaron. ¿Inter
qué? Amigo mío, queda usted detenido: un intelectual no puede jugar con las
palabras en vano. Es como si a un boxeador se le permitiera ir repartiendo crochets
por la vida por un quítame allá esas pajas. No sólo trata de justificarse,
sino que inquiere al periodista: '¿Me va usted a denunciar? Me da un poco de
risa que me llame ahora a los ocho años de que saliera el libro'. Es como si
un delincuente recriminara al policía que le va a detener el tiempo que ha
tardado en hacerlo”. Ese descaro es más propio de un político que de un
escritor. Esto da pie para enterarnos que esa figura romántica de los
escritores es pura paja y que como dice Vicente Molina Foix,Â
“nuestros novelistas preferidos, o nuestro dramaturgo carismático,
no son ni más insobornables ni menos erróneos que el alcalde de la localidad
o el juez territorial”.  Lo dicho la vida del escritor, fuera de sus libros, es un fiasco. Los
escritores no son seres especiales, ni nada parecido. Muchos son perezosos,
mala gente, avinagrados, escurridizos, soplones, cobardes y pare de contar. Â
Son tipejos sin cualidades excepcionales, tan cercados de prejuicios y malas
pasiones como cualquier hijo de vecina. Una buena porción de ellos está
en la literatura por la calderilla y el mariposeo social, otros viven el
oficio con el alma en vilo y los hay que se dejan ir por el margen del oficio
procurando no convertirse en una calle, o en materia obligada de estudio; los
hay que van a las palabras tratando de encontrar la metáfora exacta que los
redima. Hay otros, como dice
Umnbral, para los cuales el negro es el estilo. Esos
escritores tocados por la fama y el éxito del mercado del libro no me caen
del todo bien. Tengo una atracción fatal por los perdedores de la pluma, por
esos reventados de la escritura. Mi modelo de escritor exitoso no es Paulo
Coelho (que se fusila todas las literaturas orientales y ahí lo tenemos con
una obra construida a fuerza de lugares comunes y bisutería orientalista),
sino Balzac que escribió copiosamente y fue un eterno perseguido de
acreedores y deudas. Otro escritor de éxito sería Sade que a pesar de toda
las censuras trató de escribir una obra.Â
O sea que yo entiendo el éxito de manera torcida y por esa razón me
identifico mucho con Rafael Bolívar Coronado que no plagiaba, sino que
utilizaba los nombres de otros escritores con más fama en la república de
las letras, según sus propias palabras, y así poder quitarle las telarañas
a las muelas. Se le han contabilizado 6OO nombres diferentes. Escribía 15 artículos
distintos en un día sobre diversos temas, hizo antologías de poetas, todos
inventados por él. Un sinvergüenza como Coronado, autor de la letra
del Alma Llanera, es el mejor ejemplo a seguir: la literatura como una
picaresca luminosa y creativa. El plagio es el lado oscuro del oficio. Quien
se apropia de un libro ajeno para hacerlo pasar como suyo es capaz de cometer
cualquier estupidez, incluso de ser electo presidente, con perdón de Rómulo
Gallegos. |
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