PRINCIPES DE
OCCIDENTE:Â Â LOS IBEROS Â En Barcelona (España), tuvo lugar hace
aproximadamente dos años una Exposición y Congreso en el que se dieronÂ
a conocer más profusamente datos acerca de uno de los pueblos que
habitaron en la antigüedad nuestra Península Ibérica. Según comentarios de la Catedrática de
Arqueología de la Universidad deÂ
Valencia, Carmen Aranegui, los pueblos IBEROS proceden del río Iber (Ebro). Los IBEROS no vinieron de ninguna parte. No
llegaron, como algunos pensaron, de Asia o de Africa. Eran una gran etnia,
dividida en pueblos, que habitaron
la cuenca occidental del Mediterráneo. No eran pueblos semitas o camitas. En el caso del mundo íbero, los reyes
detentaban el poder político y religioso, como miembros que eran de la casta
dirigente: La aristocracia o nobleza guerrera, impregnada de un sentido superior
de la existencia. Dicha casta era la única que se dedicaba al ejercicio de las
armas. En el pueblo Ibero no existíaÂ
un ejército profesional. Tan sólo los aristócratas tenían derecho a
ser guerreros y a defender su ciudad, - por eso están siempre representados en
esculturas e incripciones- con las armas de las que eran portadores, al igual
que los etruscos. Era la suya una sociedad jerarquizada:Â Los jefes representaban a todo el grupo, organizado en
familias nucleares, tales como los clanes celtas o las genes romanas.
La "fides" y la "devotio"
eran cualidades que se les reconocia a los íberos. La lealtad y el
mantenimiento de la palabra, el compromiso hasta la muerte les distinguían de
otros pueblos. Existian unos ritos iniciáticos en los cuales
el adolescente dejaba de ser un niño y pasaba a formar parte de lo que en
algunas tradiciones se conoció como "sociedades de hombres"; es decir,
que pasaba a ser un guerrero. Así, se hallaron muchas estatuillas en santuarios
íberos que representaban este tipo de rito iniciático. Independientemente de la vestimenta y de las armas, uno de los signos
externos que identificaban al que ya formaba parte de las "sociedades de
hombres" aludidas, era la barba, como se puede comprobar en el anverso de
algunas monedas romanas del S. I a.C., como es el caso de unos denarios
sertorianos de plata encontrados en HuescaÂ
(España). Si nos referimos a ritos sagrados, en los
funerarios existió la costumbre de incinerar los cadáveres. Los cadáveres de
los aristócratas íberos ardían en una pira funeraria durante más de un día.
Los guerreros se incineraban con sus armas, que eran dobladas y arrojadas al
fuego junto con otras pertenencias significativas. Una vez finalizada la cremación,
ponían los restos en una urna que era enterrada junto al ajuar funerario. Al
pueblo también se le incineraba, pero con pocas ofrendas y sin monumentos
funerarios importantes. Es frecuente que, para compañar al mencionado
monumento funerario, aparezcan alas de pájaro. Eso hace pensar que los íberos
situaban el más allá en la esfera de lo celeste. Una de las formas que tenían los íberos de despedir al difunto era con una gran comilona de la que el muerto también participaba de forma simbólica. Su ausencia de miedo a la muerte, junto a las
cualidades propias del guerrero: Valor, fidelidad, lealtad, honor, así como la
superación de la aprensión al sufrimiento físico, explican la cita hecha más
arriba, en la que hacía referencia al compromiso hasta la muerte del mílite íbero. Los monumentos o esculturas edificados sobre o
junto a la tumba, son torres, pilares estela, túmulos escalonados, etc. El romano invasor de la Península Ibérica no
tuvo inconveniente alguno a la hora de mezclarse sanguíneamente con el íbero
invadido y de asimilarlo al orbe romano. Hispania se convirtió, en pie de igualdad, en
una provincia más del Imperio romano. A su llegada a la Península, a finales del siglo III a. C., Roma encontró una cultura fácilmente adaptable al modelo romano. El movimiento de tropas romanas, unos 6.000 hombres por legión, que se instalaron en Hispania para conquistarla, dejó tras de sí un montón de hijos que, con el tiempo, reclamaron sus derechos. Para ellos se fundó la ciudad de Carteya (San Roque, Cádiz), para los hijos de hispanas y de soldados romanos. La realidad es que de ese cruce nació Hispania. |
Â
|