POSADAS PEREGRINAS O LOS ALBERGUES DEL SILENCIO Jesús López  Mi ánimo se aviva cada vez que encuentro en mi caminar el silencio, ese dulce amainar de las olas encrespadas por el flujo de intereses egoístas que circundan nuestras vidas y del aire rugiente y cálido de la ciudad, ligeramente mortecino y viciado, que otros llaman vital. Voy, vengo, corro, estoy cargado de actividad ruidosa: músicas a gran volumen, grito sin escuchar, interpelo, hablo, hablo ..... todo, menos dejar que el silencio abra los oídos del corazón y sienta los movimientos del aire, de una flor, de una mirada, de un sentimiento. Se teme el silencio. Por eso siempre nos acompañamos de ruido, ya sea más o menos alborotador. Abrimos la radio o la televisión para evitar esa sensación de soledad y así sentirnos conectados al mundo. Hablamos y buscamos el barullo para sentirnos acompañados, a pesar de no llevar nadie al lado. Nos rodeamos de ruido para evitar la soledad, como nos ponemos ropa para atajar el frío. Nunca llegamos a advertir que el ruido no es compañía, ni siquiera la cercanía de personas e incluso de ciertas amistades nos proporciona esa relación que sólo el silencio sustenta y fortalece.
Siempre me ha gustado el aire puro y silencioso que abriga y arropa una mirada clara y serena, sin palabras, sin gestos y sin embargo, mostrando claramente perceptible el sentimiento que la inunda. Me encanta sentirme inundado por la poesía del silencio. Me agranda y me hace sentir más vivo disfrutar del silencio y compartir el alumbramiento de sentimientos, unas veces de sueños que brotan de tu mente en reposo y silenciosa, y otras, de aquellos que nacen de dos manos unidas o de un grupo de peregrinos que unen sus sentimientos para un mejor caminar juntos y disfrute del silencio que les reúne y unifica. Me gustas cuando callas, al estilo de Neruda. Tu silencio aviva mis ojos y abre mi interior en busca de tus silencios clamorosos. El silencio no habla con palabras, pero escucha y se deja escuchar. Trasmite mejor los sentimientos y siempre es audible por aquel que está dispuesto a escuchar y abrir los oídos del corazón. Hay que poseer oídos para el silencio y cada día nos entorpecemos más con los ruidos que producimos de manera voluntaria para ensordecernos. Nos destruimos en el ruido que nos circunda.
Disfruto en la noche, arcón de sueños y silencios. Siempre recuerdo con alegría cuando de niño descubrí el arcón de mis abuelos. Estaba quedo, silencioso en la panera de la casa del pueblo. Allí, en la panera, almacenaban el trigo, la fruta, los quesos, los licores caseros, la fruta ..... y como anticipo de recogimiento, oscuridades y silencio en el rellano de la escalera, antes de traspasar la puerta, estaba mi arcón preferido. ¡Qué sueños guardaba aquel arcón de madera! Cada vez que lograban mis brazos de niño levantar levemente su tapa me permitía atisbar los secretos de mis sueños. Nunca lograba abrirlo del todo. Su peso me obligaba a posponer para otro día mi sueño de descubrir lo que allí estaba encerrado. Y así, día a día, ese arcón fue quedando en mi sueño, silencioso, hasta que una noche logré confabular a mi abuela para que me fuera enseñando los objetos de mi sueño. Y de allí salieron sueños y sueños que fueron alentando otros por las cosas encontradas y las historias que mi abuela me contaba de cada objeto que iba sacando y descubriendo a mis ojos y a mis sueños.
¡Qué noches aquellas de sueños y silencios! No existían casi palabras, sólo las justas para describirme y preguntar las cosas y los sueños que guardaban dentro. Nos entendíamos con los ojos. No sé quién los tenía más abiertos y sorpresivos. La luz de la lámpara de gas, pues en aquella parte de la casa no había llegado aún la electricidad, nos hacía aún más misteriosos. Nuestras propias sombras reflejadas en la pared, junto con nuestro silencio para no ser descubiertos, nos hacían ser un poco ladrones y a la vez descubridores de un tesoro inimaginable para nosotros, al menos para mí: nuestros sueños compartidos en silencio. La noche transpira dulzura y luz, a pesar de su oscuridad. No precisas de mucha luz, por no decir de ninguna, para adentrarte en espléndidos salones luminosos que van abriendo sus puertas a medida que avanzas por la singladura que tus sueños, plenos de realidad, te van abriendo con ese remar constante de tu mente en el mar del pensamiento y de la vida. Si quieres ver, cierra tus ojos. Sueña, vuela. No temas no tocar tierra. Algunas aves no lo hacen y no por ello malviven o dejan de sentir el aire en su plumaje. Sólo los ciegos ven y saben seguir su camino. Explota tu luz interior. Aquella que brota del propio conocimiento y de la luz que las estrellas te van dejando en la noche.
Camina recogiendo los silencios que la vida te regala y construye el mejor refugio que nadie podrá forzar en el corazón de tus sueños. No es preciso que huyas alborotado, ni te alejes de la vida. Sólo has de sentir tu interior, descubrirle, conocerle, admirar y disfrutar de lo que en su remanso te va presentando lenta y quietamente, casi imperceptible. La exploración silenciosa de tu corazón te permitirá respirar ese aire limpio de las cumbres que hace que tus pulmones vitales se sientan fuertes, plenos para arrostrar con energía el camino que todo hombre debe afrontar, ya sea como caminante de senderos o marinero de bravíos mares.
Estos minúsculos corazones incrustados en la naturaleza no son otra cosa que los monasterios. Su construcción, hermosa por su sencillez, nos ha quedado para disfrute y solaz de nuestro espíritu. Nunca la sencillez ha dejado nuestro espíritu tan perplejo como en estos lugares. Paseamos sin prisas entre sus muros, miramos sus sencillas paredes de piedra, admiramos el silencio que albergan, disfrutamos de los sentimientos que silenciosamente van surgiendo en nosotros, soñamos nuestros silencios, proyectamos hacia nuestra vida esa paz recién palpada y encontrada ..... En fin, descubrimos la fuerza del silencio y el brío que despierta nuestro paso reposado por los albergues del silencio. |
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