LA
FRIVOLIDAD NO EXISTE Roberto
Echeto ® 2000 Â Una
de las mentiras más grandes que nos han vendido desde siempre es que, para ser
gente de bien, debemos ser severos, sesudos, serios e incólumes. Supuestamente,
para tener éxito, nuestro pulso vital debe ir en busca de una presencia
imperturbable, de un afán por sentirse sobrio y por mantener el disfraz de una
supuesta honra. Esa máscara oscura es la que usan los intensos, los tipos que
se disfrazan de intelectuales, los bichos que se creen más que los demás
porque hablan dos o tres idiomas, porque se saben todos los conciertos para
clavecín de la música occidental o porque han viajado a Estados Unidos o a
Europa. No sé por qué, pero esa gente me recuerda a los gallegos de la clase,
a los sujetos que cuando estudiábamos en el colegio sacaban las mejores notas y
nadie los quería por aburridos... De verdad que me llaman mucho la atención
esos muchachones que te acusan gratuitamente de superficial, de cutáneo y hasta
de frívolo porque no tienes empacho en afirmar que te ladillan Proust, Barthes,
Marin Marais, Walter Benjamin, Javier Marías, Umberto Eco, Jorge Luis Borges y
la poesía de T.S. Elliot. No entiendo por qué amar con profundo frenesí la música
de Frank Sinatra y de Black Sabbath es motivo suficiente para que esta gente
aplique en tu frente una marca de Caín y te condene a una suerte de ostracismo. El
problema de semejantes tobos humanos es vivir cerrándose en su coraza de
cultura a otras experiencias estéticas y de conocimiento que, en lugar de
disminuir su imaginario personal, lo aumentarían. Lo peor no es eso, sino que
viven denostando a los que se vacilan por igual el Tannhäuser de Wagner y La
Murga de Panamá, a los que gozan a la vez la lectura de Lezama Lima y de
Condorito... ¿Quién le dijo a estos intensos que la frivolidad existe; que se
es más o menos superficial porque uno sienta interés por las colecciones de
Dolce Gabbana, por el perfume de Jean Paul Gautier o por las tetas de Eva
Herzigova? El
centro de esta discusión se encuentra en algo que los intensos no acaban de
comprender. Ellos todavía creen que el hecho informativo se divide
maniqueamente en formas y contenidos. Para esos hijos de la parálisis
intelectual todo lo que no se encuentre en el paradigma de los contenidos es
excedente que no sirve y que se puede eliminar. La verdad de este mundo
contemporáneo es que las formas y los sintagmas han adquirido un peso y una
fuerza tan importantes que casi podemos decir que hoy importan más que los
mismos contenidos. Es más: hoy se nos hace obligatorio pensar las formas de los
objetos, pensarlas hasta el punto de convertirlas en contenidos. ¿Qué otra
cosa hacen los diseñadores de edificios, ropa, afiches, libros, empaques,
escenografías, peinados y cuanta cosa se nos ocurra? Esa constante y codificada
reflexión sobre la forma de los objetos demuestra que la pretendida etiqueta de
superficialidad que los genios intelectuales le adjudican a ciertas actividades,
revela ignorancia y cerrazón mental. La piel de las cosas también forma parte
de ese universo semiótico del que podemos hablar, reírnos, conceptuar y
aprender. En
nuestro mundo contemporáneo nada es frívolo, nada es gratis. Todo se conecta.
La información es eso: información sin peso ni valor, sin connotaciones beatas
ni derechos para satanizar a nadie. Hoy lo que importa son las conexiones, la
manera de unir datos y de saber comunicar nuestros anhelos con los elementos que
tenemos a mano. De nada sirve encerrarse y decir que tus conexiones con la música
se limitan a Bach, a Mendelsohn y a Prokofiev y que después de ahí no hay
nada, que el techno no sirve, que el jazz y la salsa son frívolos y que de nada
sirve oírlos y disfrutarlos. Esa actitud no funciona porque estás limitando
tus conexiones con el mundo que te rodea, con el mundo en que vives, con las
cosas que pasan y con ese principio de esta época que reza que vive más quien
es capaz de conectar más datos, más referencias y más elementos de juicio. Quien
acusa de frívolos a los demás está cayendo en un enorme error. La frivolidad
no existe. Es imposible que existan pensamientos triviales. Hasta los bolsas más
bolsas que tienen un maní por cerebro se expresan mediante un código complejo
con el que se comunican con sus iguales y con los demás. Los tontos no son los
que oyen discos de Marilyn Manson o de Brahms. Los tontos son los que se niegan
a oírlos a los dos, a conectarlos a los dos, a hacer teoría sobre los dos. No
hay nada peor que la gente intolerante, que los que se ciegan y creen que el
mundo es lo que ellos creen de él. Las cosas son mucho más complejas y hay que
vivir preparados para convivir con esa complejidad y para dialogar con los que
tienen referencias diferentes a las nuestras. De lo contrario viviremos
eternamente en el reino de la intolerancia. |
Â
|