DIEGO DE ROJAS, EL PIONERO DEL TUCUMAN
Luis Mesquita Errea
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La conquista y colonización del Tucumán, en el siglo XVI, tuvo
características diferentes que las de las otras dos regiones en que se fundaron
ciudades, el Litoral y Cuyo. Las ciudades del litoral fueron fundadas por
Adelantados venidos directamente de España y sus subordinados. Las de Cuyo, por
conquistadores enviados desde la Capitanía General de Chile, de la que dependía.
Las fundaciones en el Tucumán, que abarcaba desde Jujuy y Salta a La Rioja, más
parte de Córdoba y del Chaco, nacieron vinculadas al Perú. Este brillante centro
era la capital de América del Sur, del que salieron grandes empresas
descubridoras a Quito, Chile y el Amazonas. Desde Lima (fundada por Pizarro como
Ciudad de los Reyes, en 1535) una generación de pensadores y estadistas
intentaría unir el Perú y la región de los Charcas con el Río de la Plata, el
Pacífico con el Atlántico. En el marco de esta acción planificada se forma el
Tucumán hispano-indígena.
Diego de Rojas era conquistador nato y acaudalado vecino. Como vecino
feudatario, pertenecía a la clase dirigente que integraba el Cabildo. Había
participado de las legendarias conquistas de Guatemala y del Perú.
Como Teniente de Gobernador de la destacada Charcas, organizó entradas contra
los aborígenes chiriguanos, muy temidos y detestados, que exterminaban a los
pacíficos chanés. Comprobó la imposibilidad de llegar al Plata por el Chaco:
sólo quedaba hacerlo por el Tucma.
Los conquistadores del Perú tenían noticia de esta región que caía entre la
cordillera de Chile y el río grande. La expedición de Almagro se había topado
con un contingente de miles de indios diaguitas que llevaban a pie, sobre
angarillas, un pesado tributo en oro al Inca. No sabían que el monarca había
sido depuesto por Pizarro. También se hablaba de la fabulosa Ciudad de los
Césares, que, según decían, estaba en la Patagonia.
Todo esto era un gran incentivo para el espíritu de aventuras del hidalgo Rojas,
que arriesgaría nuevamente su vida y su fortuna para recorrer por primera vez el
interior del desconocido país argentino.
La misión le fue encomendada por el Gobernador del Perú, Vaca de Castro, quien
lo nombró Justicia Mayor y Gobernador de las tierras a descubrir. Rojas se
asoció a otros dos conquistadores: el regidor de Cuzco, Felipe Gutiérrez,
designado Capitán General, y Nicolás de Heredia, nombrado Maestre de Campo, para
poder costear una expedición acorde a un proyecto tan osado. El era experto en
lograr grandes resultados con medios modestos.
Cada uno debía formar un pequeño ejército, y partir con algunas semanas de
diferencia. En total, no llegaban a 200 españoles, acompañados por indios
cargueros. Integraban la expedición dos sacerdotes, elemento de gran
importancia, y unas pocas mujeres, que deberían tener un coraje de varón (a una
de ellas le tocaría custodiar con armas unos caciques presos y evitar su fuga,
mientras los indígenas atacaban el real...).
Pasando el lago Titicaca y el Altiplano llegó hasta Chicoana, pueblo de indios
de los valles calchaquíes. Para su sorpresa, halló “gallinas de Castilla”, que
no eran autóctonas. Pensó que vendrían de la expedición de Pedro de Mendoza,
torció el rumbo hacia el sudeste y llegó al Tucma, fuera, ya, del territorio
conocido del reino del Perú.
En Capaya, tuvo un choque con el cacique Canamico, rodeado de sus “indios de
guerra”, ante quienes se presentó sin guardias, demostrando increíbles
habilidades de jinete, guerrero, diplomático y psicólogo. Le habló de la causa
común entre españoles e indígenas y le pidió alimentos y permiso para pasar.
Estos no aceptaron y comenzaron a encerrarlo. Hubo una refriega en que Rojas
peleó solo hasta que llegaron sus hombres. La victoria estuvo del lado español,
pero el jefe evitó todo mal trato. Finalmente, logró paso, alimentos y cierta
amistad con Canamico.
Encontró por fin la hueste de Felipe Gutiérrez. Fue una gran alegría para ambos.
El conquistador solía comer en la tienda de su recién llegado socio, cuya
acompañante se esmeraba en prepararle buenas comidas. Continuando rumbo al este
entraron en el actual territorio santiagueño. Los ataques de los naturales
arreciaban. Diego de Rojas fue alcanzado por una pequeña flecha que no llegó a
clavársele, a la que no dio importancia.
Pronto se manifestaron signos de envenenamiento. Se pensó que era por causa de
las comidas, se acorraló a la mujer que cocinaba, que clamaba inocencia. La
situación resultó propicia para un joven conquistador tan inescrupuloso como
valiente, tan calculador como esforzado, de una osadía sólo igualada por su
dureza: Francisco de Mendoza.
Aprovechando la confusión y el indescriptible sufrimiento del moribundo, de
quien era ayudante, hizo que lo designara su heredero. Desplazó en la herencia a
la propia hija del gobernador, y a Felipe Gutiérrez en el mando.
Así terminó sus días el noble Diego de Rojas, el gran expedicionario del
interior argentino, pionero y primer Gobernador del Tucumán (1543). Su
sacrificio no fue en vano. Abrió el camino a la región mediterránea. No
terminaría el siglo XVI sin que esa ruta quedara jalonada de pequeñas ciudades
con ganas de vivir, entre ellas, Salta. La primera gobernación argentina asomaba
a la Historia.

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