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Lo bueno de Europa, es que cuando se acerca el verano, se
acerca con él el gran aliciente que significa broncearse bajo el astro
sol. Por eso durante nuestra estadía allí, ¿Quién podia resistir a su
influjo... la gente....yo No. Decididamente, yo no.
Y junto con mi esposo eramos los primeros en lanzarnos a
esa divertida excursión en un domingo veraniego.
Ah! con que placer preparaba el día antes todos los
pertrechos, toallas, bañadores, aceite bronceador, peines, pañuelos,
revistas, radio, parasol y demás utensilios que contribuian a que
saliéramos con las cuatro manos ocupadas y las espaldas dobladas por el
peso. Pero claro que eso tenia su compensación. Ibamos a pasar un
domingo playero!
Y llegaba el domingo. Y a las cinco y media de la
mañana, cuando estaba en el mejor de mis sueños, mi esposo era el encargado
de despertarme:Â - Vamos mi amor, que hay que ir a la playa! -
Palabra mágica, a cuyo influjo me levantaba
precipitadamente, preparaba el desayuno y nos tomabamos el café hirviendo o
bien frio (nunca daba con la temperatura adecuada a causa del sueño).Â
Cargábamos con todos los bártulos y entre el peso y el aire fresco de la
mañana terminabamos de abrir los ojos de un todo... Y con gran optimismo y
energias emprendiamos camino de la estación del tren. Porque se
entiende que aunque uno viva en una ciudad bañada por el mar, resulta más
tentador, más excitante, más .... "in" , ir a una playa lejana.
Como éramos de los pocos que no tenian coche, .... ejem...
¿dije pocos?... creo que erré, porque a la hora de encontrarnos con esos
"pocos" en la estación, me daba la sensación de que las tres
cuartas partes de los habitantes de España estaban haciendo cola para tomar
los billetes. Pero eso sí, sin perder ni un ápice nuestra euforia
soportábamos empujones hasta que llegaba nuestro turno... Una vez con el
ansiado billete en nuestras manos y haber logrado aclarar en que andén
teniamos que tomar el tren, nos dirigíamos allí como si participáramos en una
carrera pedestre. Habia días en que la suerte estaba de nuestro lado y
encontrábamos el tren en la estación esperándonos, lo que colmaba nuestra
felicididad pese a que nos costaba encontrar el hueco donde colocarnos junto
con nuestros bártulos.
Ahora bién, cabia la posibilidad de que el tren no hubiera
llegado todavia, en cuyo caso formabamos unos decorativos grupos alrededor de
la vía, hasta la llegada del anhelado vehículo. Y cuando eso sucedia,
todo nuestro instinto deportivo se ponia en relieve.  Carreras,
saltos de obstáculos, demostraciones de piruetas cirquenses hasta que
conseguíamos colocarnos en el interior junto con nuestros también "deportivos"
compañeros de viaje. Y al fin rumbo al sol!
Llegaba nuestra parada y después de haber logrado vencer
los obstáculos, bajábamos, felices de hallarnos en la playa.Â
Basándonos en el refran de "A quién madruga Dios le ayuda",
conseguíamos un buen lugar. Después de quedarnos en trajes de baño,
empezábamos a untarnos de aceite bronceador, y a tomar el sol. Qué para
eso habiamos pasado tantos sofocos! Qué caramba!
Y nos tienen siguiendo el ritual dominguero de bistecs a la
parrilla, vuelta para aquí, vuelta para allá, y hala a dorarnos por todas
partes. Si no, para qué serviría el verano.  Para tostarse,
y nada más.
Ya en la tarde, cuando la piel nos ardia por todas partes,
nos preparabamos para regresar a la ciudad. Y eso sí que resulta una
proeza. Los trenes venian forrados en el exterior, creo que en el único
sitio donde no habia gente era en el techo. Asi que cuando llegaba
alguno donde se distinguia donde tenia la puerta de entrada, tratábamos de
entrar. Y cuando lo conseguíamos, nos sentíamos felices, de haber
vencido el peor obstáculo de la jornada. El regreso en tren.
Y llegábamos a casa, arrugados...maltrechos...magullados....rendidos...
pero tostados... que era lo que a fin de cuentas habiamos pretendido al
efectuar nuestra excursión playera. Pues como todo buen europeo que se
precie de serlo, hay que tostarse a todo precio. Pues esta es una
especie de enfermedad que los ataca a todos por un igual. Una bronce-mania
colectiva. Allí el verano no se cuenta por días, o por meses, si no
por el tono de la piel. No importa que no te bañes... no importa que te
aburras.... no importa que pases apuros...no importa que te broncees en la
azotea. No! Lo que importa es brocearse a toda costa. Y
puesto que allí estábamos..... habia que seguir la corriente. A
broncearse!
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