LAS DELICIAS DE LA PLAYA

Carmen Villalba

 

Lo bueno de Europa, es que cuando se acerca el verano, se acerca con él el gran aliciente que significa broncearse bajo el astro sol.  Por eso durante nuestra estadía allí, ¿Quién podia resistir a su influjo... la gente....yo  No.  Decididamente, yo no.

Y junto con mi esposo eramos los primeros en lanzarnos a esa divertida excursión en un domingo veraniego.

Ah! con que placer preparaba el día antes todos los pertrechos, toallas, bañadores, aceite bronceador, peines, pañuelos, revistas, radio, parasol y demás  utensilios que contribuian a que saliéramos con las cuatro manos ocupadas y las espaldas dobladas por el peso.  Pero claro que eso tenia su compensación.  Ibamos a pasar un domingo playero!

Y llegaba el domingo.  Y a las cinco y media de la mañana, cuando estaba en el mejor de mis sueños, mi esposo era el encargado de despertarme:  - Vamos mi amor, que hay que ir a la playa! -

Palabra mágica, a cuyo influjo me levantaba precipitadamente, preparaba el desayuno y nos tomabamos el café hirviendo o bien frio (nunca daba con la temperatura adecuada a causa del sueño).  Cargábamos con todos los bártulos y entre el peso y el aire fresco de la mañana terminabamos de abrir los ojos de un todo... Y con gran optimismo y energias emprendiamos camino de la estación del tren.  Porque se entiende que aunque uno viva en una ciudad bañada por el mar, resulta más tentador, más excitante, más .... "in" , ir a una playa lejana.

Como éramos de los pocos que no tenian coche, .... ejem... ¿dije pocos?... creo que erré, porque a la hora de encontrarnos con esos "pocos" en la estación, me daba la sensación de que las tres cuartas partes de los habitantes de España estaban haciendo cola para tomar los billetes.  Pero eso sí, sin perder ni un ápice nuestra euforia soportábamos empujones hasta que llegaba nuestro turno... Una vez con el ansiado billete en nuestras manos y haber logrado aclarar en que andén teniamos que tomar el tren, nos dirigíamos allí como si participáramos en una carrera pedestre.  Habia días en que la suerte estaba de nuestro lado y encontrábamos el tren en la estación esperándonos, lo que colmaba nuestra felicididad pese a que nos costaba encontrar el hueco donde colocarnos junto con nuestros bártulos.

Ahora bién, cabia la posibilidad de que el tren no hubiera llegado todavia, en cuyo caso formabamos unos decorativos grupos alrededor de la vía, hasta la llegada del anhelado vehículo.  Y cuando eso sucedia, todo nuestro instinto deportivo se ponia en relieve.   Carreras, saltos de obstáculos, demostraciones de piruetas cirquenses hasta que conseguíamos colocarnos en el interior junto con nuestros también "deportivos" compañeros de viaje.  Y al fin rumbo al sol!

Llegaba nuestra parada y después de haber logrado vencer los obstáculos, bajábamos, felices de hallarnos en la playa.  Basándonos en el refran de "A quién madruga Dios le ayuda", conseguíamos un buen lugar.  Después de quedarnos en trajes de baño, empezábamos a untarnos de aceite bronceador, y a tomar el sol.  Qué para eso habiamos pasado tantos sofocos!  Qué caramba!

Y nos tienen siguiendo el ritual dominguero de bistecs a la parrilla, vuelta para aquí, vuelta para allá, y hala a dorarnos por todas partes.  Si no, para qué serviría el verano.   Para tostarse, y nada más.

Ya en la tarde, cuando la piel nos ardia por todas partes, nos preparabamos para regresar a la ciudad.  Y eso sí que resulta una proeza.  Los trenes venian forrados en el exterior, creo que en el único sitio donde no habia gente era en el techo.  Asi que cuando llegaba alguno donde se distinguia donde tenia la puerta de entrada, tratábamos de entrar.  Y cuando lo conseguíamos, nos sentíamos felices, de haber vencido el peor obstáculo de la jornada.  El regreso en tren.

Y llegábamos a casa, arrugados...maltrechos...magullados....rendidos... pero tostados... que era lo que a fin de cuentas habiamos pretendido al efectuar nuestra excursión playera.  Pues como todo buen europeo que se precie de serlo, hay que tostarse a todo precio.  Pues esta es una especie de enfermedad que los ataca a todos por un igual.  Una bronce-mania colectiva.  Allí el verano no se cuenta por días, o por meses, si no por el tono de la piel.  No importa que no te bañes... no importa que te aburras.... no importa que pases apuros...no importa que te broncees en la azotea.  No!  Lo que importa es brocearse a toda costa.  Y puesto que allí estábamos..... habia que seguir la corriente.  A broncearse!

 

            

 

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