CRUZAR LA CALLE

Diego Remussi

Margarita era enfermera. Su trabajo la agotaba. A las horas que debía cumplir en el hospital, siempre se sumaba la atención de pacientes particulares. Esto significaba algo de dinero extra, así que ella no rechazaba ningún pedido. A veces la llamaban sólo por una inyección. Sin embargo, era el traslado lo que la cansaba.

Una noche que salía del hospital la llamaron para que fuera a tomar la presión a una persona que vivía cerca de su casa. Por lo menos me queda de camino, pensó. El tema era que no le convenía el colectivo que tomaba siempre. Se quedó pensando si había otro que la acercara un poco más o si sería mejor pasar por su casa, dejar las cosas y caminar un poco. En realidad, no tenía mucho para dejar (sólo la cartera) y si se detenía, lo más probable era que no quisiera volver a salir.

Llegó a la parada con estos pensamientos. No tenía muy claro qué hacer y tampoco podía resolverlo. Se quedó mirando los carteles, un poco aturdida.

En eso, un hombre atrapó toda su atención. Estaba parado ahí con su bastón blanco y toda su timidez. Seguro que quiere cruzar, se dijo:

- Venga, yo lo ayudo.

Quizás eran sus años de servir a los demás, en una profesión donde lo importante es satisfacer al paciente aún antes de que éste lo pida. Ella había aprendido a solucionar las necesidades ajenas. Y le había dado tanta pena el hombre ahí parado, sin animarse a decir nada, que tomó la iniciativa.

Al llegar al otro lado de al calle el "ciego" le dijo:
- Señora ¿Y ahora qué hacemos?

Margarita lo miró de nuevo y se dio cuenta de que lo que le había parecido un bastón blanco no era tal. Era un tubo fluorescente. El hombre estaba lo más bien de la vista.

- Y...- dijo- volvamos a cruzar.

Después del papelón inicial, se pusieron a reír. Y hasta compartieron la charla en el colectivo de regreso.