SANTA TERESA DE JESUS (1515-1582)

Francisco Arias Solis

"Vivo sin vivir en m�,
y tan alta dicha espero,
que muero porque no muero."
Santa Teresa de Jes�s.

LA VOZ DEL DIVINO DISPARATE

�Qu� disparate mayor que �ste? Morir por no morir. Vivir muriendo. Morir viviendo. 

A la santa escritora de Avila se le hace un nudo de llanto en la garganta su disparatado amor, su desesperada espera: esa desigual o dispar expresi�n viva de su ser que la dramatiza o disparata en el tiempo, en la vida. Disparate humano y divino, el de morir viviendo, el de vivir fuera de s�, enfurecida, enfervorecida o entusiasmada verdaderamente por amor. 

Teresa de Cepeda y Ahumada como en el mundo se llamaba Teresa de Jes�s, naci� en tierras de Avila el 28 de marzo de 1515. Su padre era descendiente de jud�os conversos. Gracias a la Vida, una de las obras de la santa, sabemos de su infancia. En ella nos cuenta de su amor a la lectura de los libros de caballer�a y de las vidas de los santos.

Su padre, en 1531, decidi� internarla en el convento de las agustinas de Santa Mar�a de Gracia, de Avila. Ella misma nos declara que entonces "estaba enemigu�sima de ser monja".

En 1535 huy� de su casa para entrar en el convento carmelita de la Encarnaci�n de Avila. La santa padece una larga y penosa enfermedad, un gran "mal del coraz�n" que la dej� paralizada largo tiempo y la puso en trance de muerte. Una vez repuesta de sus dolencias inicia a un grupo de religiosas en la vida de oraci�n y empieza a planear la reforma de la orden carmelita. Por esas mismas fechas, dice que empez� a ser favorecida con visiones "imaginarias" e "intelectuales", que habr�n ya de sucederse a lo largo de toda su vida.

Su primera gran aventura termin� con la fundaci�n del convento reformado de San Jos� de Avila en 1562, a�o en que se cierra el relato de la Vida. Pero a Teresa le queda a�n la difusi�n de su obra reformadora, la fundaci�n de conventos por las tierras de Espa�a: Medina del Campo, Malag�n, Valladolid, Toledo, Pastrana, Alba de Tormes, Salamanca, Segovia, Beas, Sevilla, Caravaca, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria y Burgos, adem�s de la colaboraci�n en la reforma de la rama masculina de la orden carmelita, emprendida por San Juan de la Cruz. Todo ello nos lo relata en el Libro de las fundaciones �junto con las Cartas-.

Pero a su vez, la santa tuvo que atender a la formaci�n de sus religiosas, velar para que se conservara el esp�ritu de la reforma, y para ello escribi� dos tratados, los dos basados en su propia experiencia: El Camino de la perfecci�n y las Moradas del castillo interior.

La expansi�n de la obra reformadora de Teresa de Jes�s, motiv� la reacci�n de los miembros de la antigua observancia, a pesar de que sus Constituciones fueron aprobadas en 1563 por Pio V.

Tras largos a�os de incesante peregrinaci�n por las tierras de Espa�a, el d�a 21 de septiembre de 1582, Teresa llega enferma y agotada al convento de Alba de Tormes. Quince d�as despu�s, el 4 de octubre, mor�a all� Teresa de Jes�s.

La santa escritora siempre estuvo vigilada por sus superiores y sometida al cerco de la Inquisici�n que lleg� a llevarla en Sevilla a uno de sus tribunales, debido a su origen judeoconverso.

Teresa de Jes�s arremete contra el orgullo de la alta nobleza obsesionada por los estatutos de limpieza de sangre. "Siempre he estimado en m�s la virtud que el linaje", escribe la santa.

Si la actividad m�stica era ya de por s� sospechosa a los inquisidores, imaginemos lo que habr�a de ocurrir si adem�s esa actividad es ejercida por una monja �una mujer- que no ten�a limpieza de sangre. Es en esta tesitura, cuando verdaderamente puede medirse el alcance de esta mujer extraordinaria desafiando a los m�s altos poderes establecidos de su momento hist�rico. Por un lado, situada frente a los sectores m�s conservadores de la Iglesia, se convierte en lider de la reforma conventual europea. Por otro lado, desaf�a a la Inquisici�n en lo que �sta tiene de m�s retr�grado, al defender una estructura injusta y discriminatoria de la sociedad, contra la que ella lucha denodadamente, Finalmente se convierte en pionera del feminismo al reivindicar el derecho de la mujer a una espiritualidad propia y liberada, en un momento en que la piedad femenina estaba desprestigiada.

La santa escritora de Avila escribe a vuela pluma, en los descansos de los viajes, en las breves permanencias en los conventos, sin tiempo para cuidar el estilo, para releer lo escrito o para verificar las comprobaciones m�s indispensables. Rehuye la terminolog�a teol�gica; prefiere sustituirla por palabras usuales, al alcance de todos. La santa escrib�a como hablaba. Su obra est� llena de silencio divino, de palabra divina; de amor. De aquel santo desatino que llam� la santa con su humildad a su divino disparate de amor, de vida. 

"Asirse bien de Dios que no se muda", es lo que ella quiere. "Mirad bien �nos dice- cu�n presto se mudan las personas y cu�n poco hay que fiar de ellas y as� hay que asirse bien de Dios, que no se muda."

 

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