ESTILO
Carlos Yusti
“Necesitas un estilo. Todo reside en el estilo”. Me decía mi amigo y profesor Humberto Gonzáles en alguna tertulia de café. Para ese momento había garrapateado algunas frases y ya me sentía un hortera, un anquilosado. Mis escritos no tenían carisma. Por otra parte como escribía ensayos tenía que hacerlos a la manera tradicional. O sea con mucha enciclopedia, con bastante almidón académico y algo de tedio erudito. Pero estaba dispuesto a no aprender y me fui por la escritura con énfasis de tirapiedrismo. Mis primeros textos abusaban de las obscenidades y lo escatológico. Para ese tiempo pensaba que un texto se salvaba si lograba ser una golpe certero para el lector, si por lo menos era capaz de sacarlo de sus casillas. Era un guapetón pendenciero cuyo terreno de lucha era el texto.Â
En las primeras de cambio escribía como me salía en las pelotas (en el sentido tenístico y deportivo se entiende). Mis escritos divertían a mis amigos, pero le proporcionaba argumentos a mis enemigos que me consideraban menos que un patán, un advenedizo con ínfulas de escritor.Â
Un texto de Isaac Babel volvió a encarrilarme sobre ese asunto del estilo. Babel escribe: “Cuando escribo por primera vez un cuento, mi manuscrito tiene una apariencia detestable, ¡sencillamente horrible! Es el conjunto de varios fragmentos más o menos acertados, vinculados entre sí por aburridos lazos auxiliares, llamados "puentes", una especie de cuerdas sucias. Pero aquí, precisamente, empieza el trabajo. Aquí está el punto de partida. Compruebo frase por frase, y no una vez, sino muchas veces. Para empezar suprimo de las frases todas las palabras superfluas. Se necesita un ojo avizor, porque el lenguaje esconde hábilmente su basura, la repetición, los sinónimos, sencillamente cosas absurdas que constantemente tratan de engañarnos. Cuando concluye este trabajo, copio el manuscrito a máquina (así se lee mejor el texto). Luego lo dejo a un lado durante dos o tres días (si tengo suficiente paciencia para esperar) y nuevamente compruebo frase por frase, palabra por palabra. E indispensablemente vuelvo a encontrar cierta cantidad de ortigas y salgada que ha pasado inadvertida. Así, cada vez recopio el texto, y trabajo hasta el instante en que la más feroz cicatería no pueda ver en el manuscrito la más mínima partícula de polvo.”Â
El estilo es eso: trabajar el texto. Pulirlo. Lijar verbos y gerundios. Barnizar las frases hasta lograr cierta música, cierta belleza con esas palabras de siempre y todos los días. Mi padre que fue maestro carpintero de la construcción y era meticuloso en su oficio. Con mi padre iba de niño a su trabajo y lo veía cortando madera, martillando, preparando el armazón de listones y tablas para las columnas. Revisaba con decidida minuciosidad el encofrado de madera donde se vaciaría el cemento. Me enseñó, sin saberlo, como trabajar el texto: con pasión artesanal y calculada simetría.Â
El escritor Francisco Umbral ha escrito que el estilo es el negro. Como se sabe el negro es el escritor tarifado que escribe para
otro. El negro mete en su escritura espuria, del toma y daca, todo lo que es menester
incluir. No lo hace por maldad, sino por cumplir con el encargo. Escribe a fuerza de pastiche y roba a otros autores todo lo que puede para llegar al punto final del folio.

      Foto: Santiago Giménez Zapiola
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 El negro no escribe para hacer trascendente la
literatura, sino para hacerse de alguna pasta y tratar de ir parchando su existencia para luego concentrase en su propia
obra. En muchos casos las obras escritas por el negro, y que algún ágrafo
locutor, presentadora de televisión, modelo o actriz hacen pasar como
suyas, exhiben mucho la costura de otras literaturas y el plagio enseguida queda a la
intemperie. Negros hay muchos, pero de autores estamos escasos. Hacerla de negro sirve para
ejercitarse. Yo lo hago escribiendo para la prensa y tirando botellas al mar del Internet. |
Michel Houellebecq afirma que hoy, al hablar de literatura y sobre todo de la novela, se emplea muy poco la palabra “estilo”, ya que no es lo bastante impresionante, ha perdido todo su misterio. No obstante uno trata de hacerse con un estilo no por anacronismo, sino que es una forma más sencilla para enfrentar la página( o la pantalla) en blanco. Con un plan preconcebido es menos complicado hilvanar las ideas, aunque a medida que el escrito suelta sus amarras uno olvida todo y vuelve a caer en el innegable sortilegio de las palabras. El estilo te proporciona ciertas maneras, ciertos rictus de escrituras para desarrollar cualquier tema. Al final el estilo se convierte en un pesado fardo que también hay que es necesario darle algunas sacudidas.Â
Preocuparse por el estilo parece fatuo si uno conoce aquella frase de Schopenhauer: “La primera y casi única condición de un buen estilo es tener algo que decir”. Arthur Schopenhauer fue un escritor con un estilo pobre, pero la manera enfática de expresar sus ideas haría eco en Nietzsche que tuvo un estilo de ciertas modulaciones líricas: “¡Oh cielo puro y alto, que sobre mí te ciernes! Ésta es para mí tu pureza: que no hay arañas ni telarañas eternas de la razón; que eres para mí una pista de baile para azares divinos...”Â
Algunas amigas profesoras, y escritoras a su vez, a veces en sus clases utilizan mis textos como ejemplo de lo que es un escritor con estilo. Y esto me mosquea un poco. De acuerdo sálvese quien pueda. Más que tener estilo sólo quisiera poder hacer milagros con las palabras. No es mi culpa si sólo me salen trucos baratos de mago de vodevil. No sé, la próxima vez me avisan. Más que escribir ensayos almidonados de sabiduría léxica y sapiencia enciclopédica busco airear el género ensayístico, intento de abrirle ventanas al texto para que este deje escapar su música y para que el lector respire en armonía.Â
Estilo. Claro que tengo uno, y en ese aspecto estoy jodido. Desde luego que sí y puedo decir con Babel: “Trabajo con todas mis fuerzas y hago todo lo que me es posible porque quiero estar presente en la fiesta de los dioses y temo que me despachen de allí”.
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