ANUNCIOS REALES ® 2002 Roberto Echeto  Caracas es una ciudad patas arriba. Hace años nuestra urbe perdió su futuro, su posibilidad de ser un lugar mejor. Hoy es fácil ver que los sueños de sus habitantes se sumergen en una madeja de edificios horrorosos mezclados con tráfico, humo y basura. Por si fuera poco, la ciudad no tiene dolientes. El espíritu cívico no existe; se esconde por ahí, detrás del desastre.Â
Hoy, al ir caminando por las mugrientas calles de Caracas, todavía es fácil toparse con letreros que le dicen a la gente que en tal o cual sitio venden café, que en aquel quiosco se lee el tarot, que allá se ponen tapitas y se reparan calzados, que en la esquina se alquilan tarjetas telefónicas y que en el banco de la plaza se hacen mechitas para el pelo. Cualquier rincón es bueno para colgar un improvisado anuncio escrito a mano sobre cartón. Cualquier espacio sirve para dejar constancia de que se está haciendo algo por ganarse la vida con decencia, así sea vendiendo baratijas en plena calle. Sin embargo, y a pesar de la abundancia de este tipo de marcas callejeras, todavía hay en los rincones de mi ciudad un espacio para el anuncio un poco más elaborado. Me refiero al que podemos ver en el vidrio trasero de los autobuses, auténtico altar de la poesía urbana contemporánea donde se dan cita los anhelos de la gente resumidos en frases cortas y punzantes... Allá va una unidad que dice por detrás "Ánima de Taguapire, protégeme". A su lado va otra que exhibe un colorido anuncio de "El sabroso". En un semáforo se detiene un autobús que exhibe un letrero en el que puede leerse "Yo soy El fool inyection" debajo de un dibujito en el que aparecen las nalgas exageradas de una mujer. Hacia el oeste pasa otro que dice "Jefferson" en letras coloradas. Allá va uno que grita "Por mis hijos". En la vía contraria rueda otro que dice "El audaz"... Y así todos los días desfilan rótulos móviles que hablan de religión, de erotismo, de malandraje, de lo que se es y no se oculta detrás de una máscara de elegancia. En ese sentido, los mensajes de esos vidrios convierten al cotidiano autobús en un medio de comunicación, en un objeto que carga consigo no sólo a la gente que se mueve de un lado para otro , sino la manera de ser de un colectivo que se niega a perder el sentido cómico de la vida a pesar del tráfico, del calor y de los rigores citadinos. No en vano la publicidad formal ha comenzado a asumir para sí los espacios del autobús. Si continuáramos caminando por Caracas, veríamos otros prodigios muy cercanos al arte kitsch y a una exageración premeditada de lo real en aras del efecto publicitario y (¿por qué no?) artístico. Eso se percibe en la arepa gigante que está justo al lado de la autopista, entre Chacaíto y Bello Monte, anunciando un restaurant que se llama "El Arepazo". También es evidente en la cabeza de dragón que hace la fachada del restaurant chino "Ho Kow" de Las Mercedes, lugar interesante en vista de que para comer en él, el comensal es primero fagocitado por un dragón de yeso y concreto... Hasta hace poco, podíamos encontrar un ejemplo de la exageración icónica de la que hablamos en la puerta de la, hoy desaparecida, "Tasca Maracaibo", en Altamira. Para acceder a ese local, el visitante debía entrar por la boca de un indio gigante que cubría toda la fachada del edificio. Sin embargo, el local más representativo que se anuncia a través de este tipo de hipérbole publicitario-arquitectónico-escultórica sigue siendo, a pesar de la naturaleza y de la desidia de los gobiernos, "El Rey del Pescado Frito" con su enorme estatua que muestra un pez anaranjado y sonriente que porta con orgullo una corona y un cetro que marcan no sólo el anuncio de un restaurant que está a 45 minutos de Caracas, sino la afirmación de la vida en un lugar donde sólo hubo devastación y muerte. "El Rey del Pescado Frito" es la muestra viviente de que La Guaira y el Estado Vargas están ahí, esperando a ser recuperados para nuestro deleite. |
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